La Semana Santa cacereña no entiende de orígenes ni influencias. Entiende de sentimiento, arte y entrega. Así lo reconoció ayer el público, que llenó el casco viejo al paso de las dos procesiones de Lunes Santo, tan distintas pero tan cercanas en su razón de ser: la Salud, con el esfuerzo y la ilusión de los jóvenes costaleros; las Batallas, con el recogimiento de los hermanos y el avance cadencioso de las horquillas.

En Cáceres no hay Lunes Santo sin tormenta declarada o al menos sin riesgo de lluvia. El año pasado no salió ninguna cofradía. En cambio, ayer por la mañana lucía un sol de verano que hizo correr el ánimo y las bromas en los templos, mientras los hermanos daban brillo a la plata, limpiaban la cera de los velones y desempolvaban los estandartes.

"Sea como sea, vamos a meter los plásticos bajo los pasos", comentaba a media mañana la mayordoma de las Batallas, Inmaculada Hernández Paz. Tenía razón. A las tres de la tarde llegó a chispear muy ligeramente, pero el cielo se contuvo y la procesión, acompañada por tres escuadras de gastadores del Cefot y como novedad por tres bandas --Humilladero, Nazareno de Trujillo y Diputación Provincial--, pudo cruzar el umbral de la concatedral a las nueve de la noche.

Los tres pasos ofrecieron uno de los momentos más especiales de la Pasión cacereña al llegar a la plaza, con la muralla de fondo ya en plena noche y el preciso orden de la cofradía. El Cristo de las Batallas, imagen realizada a semejanza de la que portaban los Reyes Católicos en sus campañas, se mantuvo fiel a su alfombra de claveles amarillos porque hay detalles difíciles de entender de otra forma. El Cristo del Refugio, un crucificado del siglo XVIII cuyo realismo da fe de su valía, estrenó un lienzo de damasco púrpura a sus pies y nuevos velones. La imagen de María Santísima de los Dolores (XVIII), que hace de la sencillez su virtud, lució un nuevo tocado de damasco dorado, regalo de su florista, José María San Félix.

Muy cerca, en el templo de Santo Domingo, los cofrades de la Franciscana Hermandad de la Salud vieron por fin el fruto de un trabajo que se ha prolongado durante días: el paso presentaba una ornamentación exquisita con rosas de Holanda de un púrpura claro tan delicado como singular, centros de lirios y una veintena de guardabrisas con medio centenar de velas color tiniebla que la convierten en la composición más iluminada de la Semana Santa cacereña.

Los 47 costaleros (turno completo y hermanos de relevo) salvaron la difícil portada del templo e iniciaron el recorrido con una marcha propia, Salud de Santo Domingo . Desde la primera salida en 2009 solo han podido procesionar cuatro veces por la lluvia, y no siempre completas, pero anoche demostraron que ya solventan con maestría bordillos y calles estrechas a paso costero, sobre los pies, a tres pasos... Los nuevos capataces, Alvaro Portillo y Eduardo Martín, fueron sus ojos, y el público les arropó en cada levantá. Al cierre de esta edición, las dos hermandades seguían sus itinerarios.