Era mediodía. José María Aznar estaba en la parte más emotiva de su discurso de despedida: la de los agradecimientos personales. Tras citar por sus nombres a Javier Arenas, Francisco Alvarez- Cascos y Angel Acebes, el presidente anunció su deseo de dirigirse "especialmente" a los vicesecretarios generales Rodrigo Rato y Jaime Mayor Oreja, los dos grandes derrotados en la carrera de sucesión.

"Sois personas...", dijo, tras lo cual guardó un repentino silencio. El público prorrumpió en una ovación, como si se les hubiera desvelado el misterio de Fátima. La pausa de Aznar comenzó a prolongarse más de la cuenta. Los aplausos no cesaban. Rato esbozó una sonrisa cáustica mientras jugueteaba con un bolígrafo. Mayor miraba expectante a lo lejos. Por fin, como si despertara de un sueño, el presidente concluyó la frase y afirmó que ambos son "fundamentales" para el proyecto del PP.

UN PAÑUELO EN EL OJO

"Quiero agradeceros vuestra entrega, amistad y lealtad", les dijo. Entonces hizo algo que rara vez se le ha visto en público: extrajo un pañuelo del bolsillo y se lo llevó a la comisura de su ojo derecho, presumiblemente para secar o reprimir un conato de lágrima. Estaba emocionado. A fin de cuentas, también él es persona. La dirección nacional estalló en un nuevo aplauso, tan unánime como los votos con que consagraron poco después al nuevo líder, Mariano Rajoy.

No sólo fue una jornada de emociones fuertes, sino de elogios sin fin. La mayor parte se los llevó, por supuesto, el sucesor. Tras describirlo como una persona en la que se puede confiar, Aznar exaltó su responsabilidad, capacidad de trabajo, tenacidad, dotes de organización, rigor, serenidad, valentía y sensatez. El vicepresidente económico, Rato, añadió en su uso de la palabra: "Se crece con sus responsabilidades". Mayor aireó su condición de "marianista" y aclaró que había estudiado en un colegio de esa orden católica.

EL HOROSCOPO

A medida que Aznar desgranaba los calificativos, los destinatarios miraban a lo lejos, embelesados, como quien escucha el horóscopo personal. Rajoy se veía cohibido por un protagonismo al que no estaba acostumbrado; Arenas respondió a los elogios levantando los brazos al estilo "campeón"; Acebes reaccionó con un leve asentimiento; a Cascos se le aguaron un poco los ojos.

Quedaron sin agradecimientos ni felicitación dos del clan de Perbes , aquel grupo que hace más de 14 años intercedió ante Manuel Fraga para que designara líder del partido a Aznar, a la sazón presidente de Castilla-León. El ministro de Defensa, Federico Trillo, y el presidente del Senado, Juan José Lucas, se marcharon del hotel madrileño donde tuvo lugar el cónclave con los oídos sin endulzar.

Consciente de que se celebraba una fiesta de la gran familia popular, Aznar se presentó con su esposa, Ana Botella, y su hijo menor, Alonso. Casualmente --o no, que diría Rajoy-- iba vestido igual que su sucesor: traje, camisa y corbata azules. Todo un ejemplo de continuidad. La nube de fotógrafos y cámaras casi se lleva por delante a la familia presidencial en su afán por captar hasta el más mínimo gesto.

EL VOTO MISTERIOSO

La fiesta no pudo tener un final más feliz: de los 504 asistentes, 503 apoyaron el liderazgo de Rajoy. Un respaldo mucho más apabullante que el que recibió el propio Aznar en 1989, cuando se registraron 14 papeletas en blanco. Tras el recuento de los votos, los periodistas comenzaron a indagar sobre quién era el rara avis que había introducido la papeleta en blanco, y en seguida surgió el nombre del sospechoso: el propio Mariano Rajoy.

Cuando el preguntaron si era él, el nuevo líder dijo: "Qué más da eso ahora", y se alejó con una sonrisa en los labios.