Hace cinco décadas, aún tenían tren, es decir, aún tenían el progreso en la puerta de casa. Ahora, los tres poblados ferroviarios extremeños incluidos en el listado del Plan Nacional de Patrimonio Industrial son pueblos fantasmas, o casi, porque en Arroyo-Malpartida aún quedan 36 vecinos, amén de los cacereños que van a pasar el fin de semana a alguna de las casas que se conservan.

Al sureste, Almorchón, pegado a Cabeza del Buey, recuerda los tiempos en el que era el principal núcleo de trasiego de minerales hacia el sur, sobre todo Bélmez y Córdoba.

La decadencia de la minería trajo aparejada la decadencia del poblado, y sus habitantes tuvieron que marcharse a buscar otro medio de vida.

Más al norte, Arroyo-Malpartida recuerda los tiempos de la máquina de vapor, cuando ésta era la estación más importante de la provincia, más aún que la de Cáceres, y punto donde se cambiaban las locomotoras del Lusitania . Hoy, el poblado, cedido por Renfe al Ayuntamiento de Cáceres, vive momentos agitados. De una parte, se trata, en vano, de localizar a los herederos del Conde de Gamazo, que cedió las tierras para su uso exclusivo como estación, y poder liberar el núcleo de esta ya inútil servidumbre.

De otro, los vecinos demandan servicios al municipio del cuál dependen, y se resisten a abandonar un lugar privilegiado por su cercanía a la ciudad.

Finalmente, en el corazón de Monfragüe, aislado entre dehesas, un tercer poblado en torno a la estación recuerda cuando aquello era el importante núcleo ferroviario de Palazuelo-Empalme, hoy convertido en un puñado de construcciones que amenazan ruina.

Para los tres ha sonado la hora del reconocimiento tras medio siglo de abandono.