Es la palabra que más vengo oyendo desde que empezó la campaña electoral: volatilidad. La decisión acerca del voto es tan inconstante en estas elecciones que su mutabilidad es un hecho que todos los partidos trasladan internamente. Si en anteriores citas los porcentajes de cada partido variaban apenas un punto a lo largo de los quince días de campaña, ahora lo pueden hacer hasta tres o cuatro. Este hecho no es ninguna tontería: en 2011 Monago sacó 32 diputados con el 46,8% de los votos, mientras que Vara se quedó en 30 con el 44%. Apenas 3 puntos porcentuales de diferencia marcó la contienda, y se tradujo en una posibilidad de gobierno o en irse directamente a la oposición.

Esta vez hay más actores en escena y, además, el índice de indecisos es muy alto: casi 1 de cada 3. El voto es tan volátil que puede posarse donde menos te lo esperas. De ahí la insistencia de los dos grandes partidos, tratando de captar la atención del que anda despistado. Porque una cosa está clara: el bipartidismo que algunos creen que va camino de la destrucción o el aniquilamiento, tiene mucho que decir todavía. PP y PSOE van a seguir marcando la escena política regional, aunque Podemos y Ciudadanos pasen a ser el complemento vitamínico que les permita gobernar, sea a través de su apoyo, sea por medio de la abstención.

Buena parte de la indecisión del voto caerá finalmente en manos de los grandes, los dudosos acaban apostando por lo malo conocido quieran o no. No en vano, quien haya decidido votar a un nuevo partido ya lo tiene decidido, y es precisamente quien esté dudando en votar al de siempre el que ahora diga en las encuestas que la duda le asalta.

Hay que tener en cuenta que los grandes partidos cuentan con una estructura muy bien organizada y eso les permite jugar la partida con mucha ventaja en un contexto electoral autonómico. Cada ciudad, cada pueblo, tiene una delegación del PSOE o del PP --partido que se ha expandido como la espuma esta legislatura-- y eso, a la hora de remar a favor del líder, vale un potosí.

El resto de fuerzas serán residuales y las emergentes jugarán el papel que les permita su marca o el impacto que logre su líder nacional cada vez que aparezca en televisión. Ir puerta por puerta, hacer actos públicos, buzonear propaganda o pedir directamente el voto a cara, es exclusiva de populares o socialistas, más si encima quien lo hace se juega también ser o no ser alcalde.

Quedan cinco días. Y cada cual tiene sus apoyos. Sólo faltan sumar los volátiles y hacer la cuenta.