Emigrante

Aún frescos en la memoria los gratos recuerdos de las vivencias acontecidas en el transcurso de la excursión realizada a Cáceres y parte de su provincia por socios y simpatizantes de la Casa de Extremadura en el Campo de Gibraltar, escribo estas líneas para rememorar la belleza y grandeza de las ciudades cacereñas que visitamos.

Qué decir de Cáceres, la Casta Caecilia romana, ciudad monumental apretada de palacios y señoriales mansiones, rica en iglesias y torres, que es uno de los conjuntos más puros y mejor conservados de Europa, cercado por murallas árabes que le dan acceso. Contemplen si no la torre de Bujaco, la del Horno, del Postigo, la de los Púlpitos, el Arco de la Estrella, el del Cristo o el de Santa Ana. Observen las casas solariegas de Aldana, Carvajal, Paredes-Saavedra, el palacio del Comendador de Alcuéscar, de los Golfines de Abajo y de Arriba, el Episcopal o el de los duques de Abrantes, y presidiendo todo el núcleo urbano, el santuario de su patrona la Virgen de la Montaña.

Qué hablar del Real Monasterio de Guadalupe, en principio modesta ermita para el culto a la imagen de la Virgen encontrada por un pastor, luego impulsada por Alfonso XI como agradecimiento por la victoria de la batalla del Salado y a partir de entonces protegida de los reyes españoles que la fueron enriqueciendo con construcciones góticas, renacentistas y barrocas de las que cabe resaltar el claustro, que alberga en el centro del jardín un templete mudéjar, el museo de libros miniados --que a su vez contiene un Goya--, la sacristía, decorada con pinturas de Zurbarán, y por fin, el camarín de la Virgen de los extremeños y de la Hispanidad.

Qué contar de Trujillo, la cuna de Pizarro y Orellana, la conquistada definitivamente a los musulmanes por las Ordenes militares allá por el año 1223. O la que recibió de Juan II el título de ciudad, y mal se las tuvo con los Reyes Católicos por aquello de apoyar a la Beltraneja. Es notable el grupo de palacios: los platerescos del marqués de la Conquista y de Sofraga; el de los duques de San Carlos, el de los Orellana-Pizarro; la casa de los Escobar. E igualmente interesante la visita a los restos del castillo y la muralla medieval, sin olvidar su bella plaza porticada.

Si el viajero que contempla estas maravillas tiene la suerte, como la tuvimos los componentes de la excursión, de contar con unas señoras, guías de turismo facilitadas en nuestro caso por los ayuntamientos de Cáceres y Trujillo, que además de estar muy versadas en la historia de su ciudad, se produce la simbiosis con los extremeños de la Casa de Extremadura en el Campo de Gibraltar, y por ello nos describen los monumentos prescindiendo de la rutina que conlleva el hacerlo todos los días del año a un simple turista que va de paso, y nos tratan como a verdaderos amigos, sintiendo pasión en su trabajo explicativo de datos, fechas, etcétera.

Es de agradecer a los directivos de la Casa de Extremadura que proyectaron, gestaron y llevaron a término la excursión, señores Martínez Lozano, Granado Rubio y Hernández Ordóñez (que al final no pudo acompañarnos por motivos familiares), el impagable esfuerzo puesto de manifiesto en todo momento para que el evento resultara satisfactorio, y haciendo mía de una propuesta realizada por Luis Granado durante el viaje, digo que, a mi juicio, lo negativo no llega a media línea siquiera y de lo positivo, llenaríamos un cuaderno.