Es ciudadana del mundo. Nació en Japón (1967). Hija de diplomáticos, se crió en China, Birmania, Laos y Nueva York, pero en los últimos tiempos ha acabado por asumir la nacionalidad de su pasaporte. "La crisis ha hundido tanto esa identidad nuestra tan vapuleada que ahora por fin me siento belga", dice Amélie Nothomb, la escritora francófona más popular, la que más admiración y odio despierta y también --se lo ha ganado especialmente en sus libros autobiográficos-- la más estrambótica y delirante, a la par que exquisita.

El último eslabón de esa cadena que deconstruye con descarada gracia la vida de la autora --"Todo lo que cuento es verdad, no sé por qué la gente duda"-- es Ni de Eva ni de Adán (Anagrama), un relato bastante más luminoso y feliz que el resto de sus libros, sobre el noviazgo que mantuvo en Tokio con un joven japonés a finales de los 80. Una relación entre Lost in translation e Hiroshima mon amour en cuyo relato el sexo parece estar ausente. "Es algo voluntario --explica--. En esos momentos hago zapping porque siento que el lenguaje no me sirve. Además hay que ser capaz de imaginarse lo que ocurre entre dos adultos". Pero es díficil que el lector común pueda intuir una de las prácticas de Nothomb y su novio, a imitación de una película japonesa del momento: pasarse una yema de huevo de boca a boca sin que se rompa.

Japón ya había inspirado a la autora algunos de sus libros fundamentales, como Estupor y temblores y Metafísica de los tubos . En ese país siente la autora que se consolida la Amélie Nothomb actual. "Yo ya había empezado a escribir unos años antes pero fue en 1989 cuando me convertí en la escritora que soy. Al igual que Anteo, el mito griego, que solo encontró su energía cuando pisó su tierra natal". Japón fue también el lugar en el que superó sus desórdenes alimentarios que tan precisamente exploró en su Biografía del hambre . De ahí que en Ni de Eva ni de Adán el redescubrimiento del país del sol naciente pase obsesivamente por la degustacion exaltada de la cocina japonesa. "La buena cocina es lo más emocionante", afirma.

Completa su imagen excéntrica con la explicación de sus hábitos. Escribir todos los días a mano y a partir de las cuatro de la madrugada. Esa grafomanía ha producido 66 novelas, "de las que solo he publicado 17". El resto se mantendrá como un secreto y, a modo de broma, planea legarlo, 75 años después de su muerte, a la Biblioteca Vaticana.