De riguroso traje negro, camisa incluida, y elegante corbata con apenas algunas motas blancas, el autor francés con raíces en isla Mauricio Jean-Marie Gustave Le Clézio (Niza, 1940) reservó el colorido para la evocadora conferencia que dictó el pasado 7 de diciembre en el edificio de la antigua Bolsa de Estocolmo y que pudo ser seguida en directo a través de internet. La ceremonia de entrega fue el pasado miércoles con el resto de los galardonados.

En el bosque de las paradojas fue su título y durante la media hora larga de su lectura se dedicó a responder a preguntas fundamentales fruto de su compromiso como escritor: ¿por qué escribo?, ¿qué sentido tiene la literatura en tiempos de la globalización?, ¿no es cierto que la superioridad cultural de occidente es una falacia que debe combatirse? Y la más importante extraída de una cita del escritor sueco Stig Dagerman: "¿Cómo es posible comportarse, por una parte, como si nada en el mundo tuviera más importancia que la literatura, cuando, por la otra, es imposible dejar de ver a tu alrededor a gente que lucha contra el hambre?".

Por el camino hacia el bosque del título, que evoca la inmensidad del mundo pero también es el símbolo de las novelas de viajes que leía de niño, Le Clézio diseminó no pocas referencias a las letras en castellano: desde El Quijote y El Lazarillo hasta Juan Rulfo, José María Arguedas, Octavio Paz y Miguel Angel Asturias pasando por el poeta mexicano Homero Aridjis y el también historiador Jean Meyer. Junto a ellos, la vocación multicultural del autor no tuvo por menos que desgranar una larguísima retahíla de autores africanos, de las islas Mauricio y Reunión, urdús, norteamericanos, navajos, antillanos, entre muchos otros.

RACISMO COLONIAL

"Actuar es lo que el escritor desea por encima de todo", aseveró con contundencia. "Actuar antes que dar testimonio. Escribir, imaginar, soñar, para que sus palabras, sus invenciones y sus sueños intervengan en la realidad, cambien los espíritus y los corazones, y puedan crear un mundo mejor". Cumplir el deseo no es fácil; Le Clézio se siente como en Knock , pieza teatral de Jules Romains en la que un guarda forestal intenta impedir un terremoto.

También denunció el racismo que durante años ha proclamado la primacía cultural de los imperios coloniales apoyados en una razón puramente económica. "Hoy, superada la colonización, la literatura es uno de los medios para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo expresen su identidad, reivindiquen su derecho a la palabra y a ser entendidos en su diversidad. Sin su voz, viviríamos en un mundo silencioso". La cultura, proclamó, es un bien común a toda la humanidad, pero para que eso sea una realidad "es necesario que todos tengan las mismas oportunidades de acceder a la cultura y para eso, el libro es, en todo su arcaísmo, la herramienta ideal".

Le Clézio se dejó para el final el último de los bosques de su magnífico discurso. La inexpugnable selva panameña de El Tapón de Darién, donde una joven indígena, Elvira, "una aventurera que vivía sin hombre y sin hijos", se ganaba la vida contando historias a cambio de una comida y una botella. A ella dedicó el autor simbólicamente el premio de la Academia. "Ella era la poesía en acción, el teatro antiguo, al mismo tiempo que la novela más contemporánea. Era todo eso con fuego, con violencia, inventaba en lo profundo del bosque... Esa sensación que no tiene otro nombre más que la belleza".