Theo Angelopoulos, el director más importante de la cinematografía griega, gozó de una época de prestigio crítico con películas como El viaje de los comediantes , El apicultor o Paisaje en la niebla . Este cineasta alcanzó bastante más que los quince minutos de fama a los que todo mortal tiene derecho según Andy Warhol cuando realizó La mirada de Ulises , posiblemente el cénit de su obra.

Desde el año 1995 este director ateniense ha espaciado su trabajo, fruto de la incomodidad ante los tiempos que corren, la crisis generalizada del modelo de cine europeo de las décadas de los 80 y 90, la falta de buenas ideas o la imposibilidad económica de llevarlas a cabo.

Eleni rompe así un silencio de siete años, desde que Angelopoulos realizara La eternidad y un día , una obra personal pero menor, repetitiva. Algo de repetición hay también en esta primera parte de un ambicioso proyecto que veremos en qué termina.

Eleni es la primera entrega de una trilogía centrada en la historia de Grecia en el siglo XX. Si bien este filme inaugural está ambientado en tierras griegas, abarcando desde 1921 hasta las postrimerías de la segunda guerra mundial, las otras dos partes seguirán la pista de los personajes, una pareja de enamorados estigmatizados por el tiempo que les toca vivir, por la antigua URSS, Canadá y EEUU. Ella es pretendida por el padre de él como esposa en segundas nupcias. Deben escapar de su pueblo e instalarse en Salónica. Sus respectivas familias habían huido de Rusia tras la entrada del ejército rojo en Odessa, y ahora deberán hacer frente a la amenaza de la guerra mundial.

Angelopoulos acentúa como nunca lo había hecho antes el tono de tragedia, especialmente virulenta en la parte final de la película, y conserva la capacidad para crear imágenes casi fantasmales de enorme belleza: el funeral en el río o la visión del teatro de Salónica, morada de refugiados e indigentes.