Estudiante de la Universidad de Extremadura Ahora que ha acabado febrero tendremos que volver a oír ¡qué bien viven los estudiantes!. Concretamente los universitarios. Jóvenes que se supone estudian, que están saliendo del pavo, que no aspiran a nada, que lo tienen todo y cuyos únicos derechos proceden porque somos el futuro.

Pues no todo son facilidades. Partamos de un perfil concreto: chico de 20 años que cursa una carrera en Cáceres y tiene que salir de su casa. Este, aunque para muchos es una alegría, puede ser el primer problemilla. No todos soportan separarse de su tan bien lograda vida.

El segundo tema es saber dónde vas a vivir. La opción más común es una residencia, o si tus padres han tenido suerte y han dado con un hijo altruista que no quiere que paguen tanto (o quiere libertad), te vas a un piso. Pues bien, invito a todos a ver tantas cutradas denigrantes como he visto. Pisos con cristales rotos, con escombros, con cucarachas, colchones donde al hundirte pierdes la cobertura y caseros morosos y ratas. ¿No tenemos derecho a una vivienda digna?.

Cierto es que estudiante ya es sinónimo de salvaje, gracias a minorías, pero como los caseros, no todos somos iguales.

En el quehacer diario viene el problema de los autobuses. O te adaptas o pereces.

Y por último ¿y el botellón?. Ya ni eso. Ahora todo es un descampado más cerca de Badajoz que de Cáceres donde si quieres ir debes volver a soportar ese bus. A nadie le gustan los borrachos, ni que le rayen un coche, que le orinen en su portal... pero ¿la solución es darnos una patada y mandarnos al carajo? La lástima es que con 20 renglones en un periódico ¿dónde llegaremos?.

Sólo espero que no se nos vea como los caras de la vida. Porque al fin y al cabo tenemos que hacer algo que es un tanto costoso y que no tiene relevancia como es estudiar.