Mi amiga Paty es periodista. Tuvo la enorme suerte de no estudiar la ESO, y presume de su título de Licenciada en Ciencias de la Información (...). Yo, que sólo soy maestra de escuela, la escucho con atención (...). He de reconocer que su discurso conduce mi autoestima profesional hasta el underground londinense. Mientras mi garganta se reseca explicando a los alumnos la diferencia entre los verbos competer y competir, ella lo resuelve respondiéndome que esos temas no le compiten (...). Le comento que es una lacra esto de los maltratos, que un macho anacrónico del bloque vecino le ha pegado a su mujer. Como es periodista, Paty se ha enterado antes que yo (me cuenta que la ha pegado una paliza y casi le mata. Ya la dijo, ella, que iba detrás suya con la intención de pegarla (...). No me aclara qué es ese detrás que le pertenecía. Me he ofrecido a testificar a su favor, si lo denuncia. Mi amiga me espeta que no hace falta, que la maltratada tiene una testiga y dos testigos. Su erudición me calla. Soy tan ignorante que siempre he pensado que se decía testigo y que el artículo determinado era el que servía para lo del masculino y femenino (...).

(...)Comienzo a dudar del uso correcto de sus palabras. Me arriesgo y se lo insinúo. Me dice que enseguida me pongo hecha un obelisco. Me está llamando gorda y sabe que eso me pone hecha un basilisco. La llamo enteradilla. Se sincera conmigo, y me contesta que en alas de la verdad, todos los amigos piensan de que se me nota que he estudiado en un centro público, y de que cometo grasos errores (...). Dibujo el emoticono que saca la lengua y enfadada le digo: Idos a la mierda y que os divirtáis. No lo soporta. Me grita que la única loca de la pandilla soy yo, que no sé hablar, que se divertáis. En aras de la verdad, en mi fuero interno y ante la exquisita formación de mi peña, a lo mejor acabo reconociendo que la culpable de todo es la LOGSE.