Director: Guillermo Arriaga ; Intérpretes: Charlize Theron, Kim Basinger, Joaquim de Almeida, Jennifer Lawrence ; País: Estados Unidos ; Duración: 111 minutos

El cotilleo es conocido: Guillermo Arriaga solía escribir historias para Alejandro González Iñárritu, pero los dos se enzarzaron en una discuta sobre quién era el verdadero genio que culminó en la airada marcha del guionista de la presentación de Babel en Cannes y en la ruptura definitiva. Inmediatamente, Arriaga se puso a trabajar en esta película para quedarse con la patente del método narrativo ya usado en sus guiones para Iñárritu de Amores perros, 21 gramos y Babel y en el muy superior de Los tres entierros de Melquíades Estrada : una visión lascivamente trágica de la vida, seres dañados en busca de redención, familias rotas y una atmósfera de atosigante miseria, todo ello vehiculado por argumentos múltiples que se cruzan y se superponen en desorden cronológico para tejer en letras mayúsculas el gran mensaje: todos estamos conectados.

Por eso, cuando una caravana en medio de la llanura se sumerge en llamas en el primer plano de la película, sabemos que ese no es el principio, sino un clímax dramático al que la narrativa de Arriaga tardará un buen rato en llegar. Hasta hacerlo, transita entre la historia de una gringa y un mexicano que mantienen una relación adúltera; la de los morbosos vínculos que establecen la hija de ella y el hijo de él; y la de una mujer emocionalmente deshilachada que se acuesta con cualquiera. Dividida entre dos períodos de tiempo y dos lugares --Nuevo México y Portland--, la primera mitad del relato nos ofrece fragmentos de un enigma que el resto de la película trata de resolver.

Arriaga nos exige que invirtamos tanto tiempo y esfuerzos en ordenar esas piezas --y en admirar su inteligencia-- que cuando se nos permite implicarnos en los personajes resulta haber muy poco con lo que sentirse implicado. Así, la única baza del filme acaba siendo el presunto ingenio de su construcción, aunque hoy día la eficacia del socorrido método está bajo sospecha, especialmente cuando se usa para ocultar inicialmente secretos narrativos que luego, en el momento oportuno, salen de la chistera y convierten la astucia narrativa en pura manipulación.