Julio Reyes, igual que Abdul Aziz, afirma que la cocina española y la extranjera sólo se diferencian en la manera de combinar los ingredientes.

"En realidad comemos lo mismo... arroz, alubias, pescado", dice este amante de nuestra cocina. En el bar de Julio, sin embargo, nadie le reclama tortilla de patata ni paella. "Preferimos nuestras recetas", insiste.

Además de los bares, el paladar de los inmigrantes encuentra un refugio en las tiendas regentadas por compatriotas, que forman parte ya del paisaje urbano de ciudades como Madrid y Barcelona. Maíz de tostar, rollitos de guayaba (una fruta) con arequipe (una especie de flan), milo colombiano (cola-cao) y chochos (altramuces) son algunos de los productos que Margarita Ramírez, colombiana de 28 años, compra en una tienda latina de la calle de Bravo Murillo cuando quiere darse "un homenaje" o regalarse "un capricho".

El problema de este tipo de productos es que, al ser importados, su precio no es precisamente apto para todos los bolsillos.

Por ejemplo, un tomate de árbol --una fruta colombiana-- cuesta 89 céntimos. Buen provecho, para el que lo pueda pagar.