La guerra, la pintura y la fotografía son sólo el decorado que Arturo Pérez-Reverte ha elegido para camuflar la desolación, la desesperanza y la tristeza que se esconden en su última novela, El pintor de batallas (Alfaguara). En ella, el escritor y académico ha volcado su experiencia como ser humano y ha tejido una historia de amistad y de odio real como la vida misma, o que bien pudiera serlo.

Con 250.000 ejemplares desde hace una semana en las librerías, el popular autor presenta a sus muchos seguidores un texto que ni es una novela sobre la guerra, ni rompe con sus obras anteriores. "No es un libro de memorias, pero sí responde a un momento de mi vida", ha dicho en referencia a la frialdad con la que, aparentemente, trata a la historia y a sus personajes.

PERSONAJES

Su experiencia de 21 años como periodista en los conflictos bélicos más importantes del último tercio del siglo XX haría pensar que el fotógrafo Andrés Faulques --uno de los tres personajes-- es el sosias del autor, su voz en la narración. Faulques pinta en su retiro casi idílico a orillas del Mediterráneo un mural que será la más importante pintura de guerra de la historia. El es "la lucidez", porque "cuando la inocencia se ha ido, cuando tienes canas y más pasado que futuro, te queda la lucidez".

Hasta él llega el soldado croata Ivo Markovic, al que Faulques inmortalizó en una fotografía, que al autor le trajo más fama pero al protagonista le arruinó la vida, y por eso va a buscarlo para matarlo. "Es la realidad, el precio del horror, la factura que tarde o temprano pasa la naturaleza por violentarla".

Junto a ambos, Olivia, "el arte, la cultura, la inteligencia, la salvación, el único analgésico que existe frente a la realidad". Un cántico a la mujer, sin la que el hombre "no tiene ni lucidez ni progreso intelectual y físico".

Reflexionar sobre la desesperanza del hombre cuando ya no hay certezas se le ocurrió a Pérez-Reverte tras digerir las reacciones de la gente ante las imágenes del 11-S. "Me di cuenta de que el autoengaño, el confort, el estúpido sistema en que Occidente está metido desde hace años, ha degenerado en una separación de la realidad. Y cuando ésta se presenta, te asustas".

Así las cosas, el autor coloca a sus personajes ante la disyuntiva de sentir compasión y él se pregunta: "¿Hasta qué punto es legítimo sentirse horrorizado?" Intercalando diálogo y narración, con un ir y venir permanente al pasado, el escritor y académico vuelve en El pintor de batallas a echar mano de los clásicos para explicar el porqué de lo más reciente. Su personaje principal, explica, se encuentra como Eneas en Troya y Pérez-Reverte, puesto en la piel de los personajes, añade: "Yo no tengo pesadillas, tengo fantasmas. La pesadilla es aquello que te despierta horrorizado en la noche. El fantasma te acompaña".