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Patio de butacas

¡Agua va!

Y eso que vamos de chulitos y de "modelnos", pero oye, llega la primera tormenta de septiembre y nos empequeñecemos hasta parecer --o querer parecer-- invisibles. Mucho avance científico, mucho descubrimiento tecnológico, pero en cuanto la naturaleza muestra sus posibles el personal se acongoja y empieza a hacer cábalas futuristas cual peli de Ridley Scott . Y es que hay fenómenos que nunca podremos controlar, ni siquiera prever, por mucho que nos creamos los dueños del cortijo. Con ese afán intervencionista que han pillado algunos como si fuera un berrinche de niño caprichoso, escuchamos toda suerte de bobadas en estos días, algunas de ellas rayando el absurdo, otras proponiendo en el mismo argumento una cosa y la contraria, las más abundando en las oquedades retóricas al uso. Y en estas estábamos, hartos del protagonismo de determinadas comunidades autónomas como si los habitantes que la conforman, esto es, los que les dan razón de ser, fueran más importantes que el resto de los habitantes del reino, cuando Neptuno y Eolo , hartos de tanta gilipollez vana, deciden hacer acto de presencia. ¡Ay amigo! Ni qué decir tiene que en esta tranquila ciudad nuestra cualquier sucesillo de este calibre ocupa portadas y provoca las más variopintas opiniones y consideraciones. Y, por supuesto, todo es culpa de la alcaldesa, faltaría más, que para eso está. No en vano, si hubiera querido, podría haber intervenido en favor de los cacereños ante los dioses mencionados para que hubieran descargado su ira con más tranquilidad y benevolencia. Fíjese usted, hasta Robe Iniesta , antes ídolo de los progres de carnet --me refiero a los que los reparten, claro-- ahora resulta que ya no es tan rockero y su actitud y su discurso, como mínimo, discutible, no sea que los progres de carnet --los que los reparten, claro-- tengan que prescindir de algún dogma y dar explicaciones: ¡hasta ahí podríamos llegar! No sé qué pensará usted, pero yo tengo la esperanza de que el agua y los vientos de septiembre despejen las cañerías, rieguen los campos y llenen las lagunas. Nos hace falta, de verdad. Al fin y al cabo, ¿quién no cambiaría unos cuantos charcos en Ronda Vadillo por un buen otoño para nuestro campo? Por eso, los que no saben de carnets, ni de dogmas, pero sí de campo, miran al cielo con esperanza, como el que observa amasarse las nubes después de una larga sequía.

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