Quedará para siempre en nuestra memoria la ilusión con la que los cacereños afrontamos 1992, el almanaque madre de todas las esperanzas. La Exposición Universal de Sevilla, las Olimpiadas de Barcelona, la Capitalidad Europea de Madrid y la designación de Cáceres como Capital Cultural de Extremadura, que encontró su culmen el 29 de agosto del año siguiente con el concierto de Dire Straits, uno de los grandes grupos a nivel internacional de los 80 y 90.

La actuación batió los récords regionales congregando a 35.000 personas en las gradas y el césped del estadio Príncipe Felipe. El papel se agotó. Fue una noche absolutamente mágica en la que se vivió ‘el delirio Mark Knopfler’ y que puso a Cáceres en el centro de todas las miradas.

Fue entonces cuando, por designación, nos dijeron que la cultura era nuestra principal empresa. Ha pasado con Cáceres siempre lo mismo: como ninguna institución ni ninguna industria se fija en nosotros, nos hacen creer que la cultura entonces y el turismo ahora, son los principales motores de nuestra economía, que dicho sea de paso, hace aguas por todos lados: Cáceres pierde cinco habitantes al día y cinco de cada diez niños cacereños viven en riesgo de pobreza.

Ocurre, sin embargo, que desde el 92 esta ciudad ha vivido de las rentas en materia cultural. Y ha llegado un momento en que de tanto ir el cántaro a la fuente, el cántaro se ha roto. Nosotros habíamos pensado que éramos la élite cultural de Extremadura, qué digo yo de Extremadura, del planeta entero.

Y en cierta manera en el 92 sí lo fuimos: en lo cultural, en lo arquitectónico, en lo deportivo (nuestro equipo de baloncesto estaba en la Liga ACB), en lo universitario (todo el mundo quería estudiar en Cáceres) y en el ocio (que hasta el carnaval vivió tal explosión que sus desfiles, murgas y comparsas atraían la atención de cientos de españoles).

Y mientras disfrutábamos de esa inopia colectiva, el pasado jueves nos cayó como un jarro de agua fría la publicación en este periódico de un informe realizado por el Observatorio de Cultura a la capital cacereña en su barómetro de 2020, que nos da un serio suspenso en innovación cultural. Se trata de un estudio anual que elabora la Fundación Contemporánea. Algunos dirán que quiénes son estos para arrojar unas cifras tan demoledoras porque acostumbramos a mirarnos mucho el ombligo. Pues bien, se trata de un análisis elaborado por 499 profesionales de todos los sectores de la cultura de todas las provincias del país.

Fuera del ránking nacional

El barómetro desglosa las mejores propuestas a nivel nacional y regional. En el ránking global del país, no hay ninguna cacereña. En cuanto al listado de Extremadura, Cáceres suma solo cuatro nombres de las quince propuestas, porque el resto se las lleva Badajoz. Y como novedad de la clasificación de este año, destaca la caída en valoración del festival Womad, uno de los buques insignia de la cultura en la capital, que cae nueve puestos desde el 3 al 12.

Así las cosas, quizá vaya siendo hora de realizar un profundo análisis de, primero, ¿por qué hemos llegado a esta situación?, segundo, si en la cultura subvencionada el reparto se hace con justicia, y tercero, por qué no se dignifica el papel de los gestores culturales, los críticos y los expertos para poner en valor lo que en 1992 fue un referente y en la actualidad está en el disparadero.

Desde el comienzo de esta legislatura el equipo de gobierno ha querido, especialmente en las redes sociales, visualizar un cambio en la forma de hacer. Es un intento, siempre noble, de recuperar la ilusión perdida a través de lemas como ‘Cáceres en arco iris’, ‘Cáceres en color’ o ‘Cáceres es un planazo’.

Salaya fichó a Fernanda Valdés, la directora del festival de música irlandesa como concejala de Cultura. Ella, que sigue acudiendo al ayuntamiento en bicicleta, formaba parte de esos concejales de aire fresco con los que el alcalde quería llenar su nuevo gobierno. Ocurre sin embargo que esto no es Irlanda y que es urgente un empuje, una vuelta de tuerca más allá de los gestos, que siempre son bienvenidos, pero que no están siendo suficientes.

Mientras reflexionamos, sigamos viviendo. O visitando nuestros buenos bares de Cáceres, como el Capricho Habanero de Antonio Hurtado o el Bar Yerpi, camino de la Montaña. Les recomiendo la visita, saldrán encantados.