Se añoran esas tiendas de alimentación, o mejor dicho de ultramarinos que hasta no hace muchas décadas aún se mantenían abiertas en la mayoría de las capitales de provincia y pueblos de toda España. De largos y robustos mostradores de madera, vitrinas, alacenas, repisas y estanterías en las que se exhibían una interminable lista de embutidos, productos y alimentos frescos, botes de conservas y bodega.

Tenderos tocados con mandiles atendían con exquisita profesionalidad a una clientela fiel que acudía a diario en busca de la compra con la que llenar la despensa. Salvo raras excepciones como el comercio Badulaque de Vir, situado en la cacereña calle de Reyes Huertas, la gran mayoría ha sucumbido al empuje de otras formas de distribución menos atractivas, pero más rentables.

¿Nunca había usted fantaseado con cómo sería entrar en el Badulaque de Apu y comprar uno de esos fresisuis que tanto le gustan a Bart o uno de esos donuts rosas con trocitos de colores que chiflan a Homer? Pues si es así, entonces está de suerte. El establecimiento que regenta María del Rosario Nevado Chávez (más conocida como Rosi) está inspirado en el ilustre comerciante de la famosa serie de Los Simpson. Dentro del local dispone de un peluche de Apu Nahasapeemapetilon y además en el nombre de la tienda le hace un guiño a su hija Virginia con lo de Vir.

«Aquí vendemos de todo un poco. Embutidos, conservas, pan, dulces, helados...»

Pero todo esto va de la mano con la mejor calidad de su género y el cuidado asesoramiento garantiza el éxito de los pocos ultramarinos que se han adaptado a los nuevos tiempos. Rosi explica que lleva más de nueve años con el negocio y que desde el principio quiso apostar por una idea original. «Aquí vendemos de todo un poco. Embutidos, conservas, pan, dulces, leche, helados, refrescos, productos de limpieza e higiene», resalta. Los clientes son fijos, pero también de paso. Ofrece frutas y hortalizas deliciosas, combina productos autóctonos... Nada como la sonrisa con la que obsequia todos los días a sus clientes. Y eso, esa sonrisa, ni tiene precio, ni tiene competencia. Cuesta mantener la mirada anclada en un solo sitio porque todo llama la atención. La dueña piensa que a los vecinos les gusta realizar la compra en su local. Es el comercio de barrio, ese que siempre está abierto cuando necesitas un kilo de patatas, o un litro de aceite.