Con 16 años empezó a meter sus manos en los zapatos de otros. «Por eso nadie quiere ya dedicarse a este trabajo. La gente cada vez posee más calzado deportivo y después del golpe tan duro de la pandemia del coronavirus, el negocio está muy difícil», explica su dueño, Tomás Sánchez Díaz, mientras arregla un calzado femenino.

«¿Lo ves? Pero a mí me gusta». Lo dice de verdad y con sentimiento. Rodeado de zapatos, suelas y tacones, trabaja de lunes a sábado en horario de mañana en su local (la tienda de reparación conserva el encanto de siempre y tiene más de 60 años) que se encuentra ubicado en la cacereña calle General Margallo, número 101. Allí entró de la mano de Juan Antonio Mateos, que se jubiló y le traspasó el negocio. Antes había estado de aprendiz en la calle Busquet y en la vía de Salamanca.

«Me gusta un montón este oficio. Aunque tristemente está sentenciado a desaparecer. El oficio se muere y estoy trabajando al 50% de lo que debería con respecto a otras fechas», lamenta el dueño. Cuando inició sus primeros pasos vio en este noble y bello empleo artesanal una opción de futuro. Ahora con 55 años Tomás Sánchez es de los pocos zapateros que quedan en Cáceres, una especie en extinción. «Espero poder llegar a jubilarme pero miedo me da», apunta.

La mayoría de sus clientes son los de toda la vida. «Zapatero, a tus zapatos», le grita un vecino que pasa por delante mientras atiende a este diario. «Actualmente, los únicos que vienen son para que les repare calzado, cinturones y carteras». Igualmente hace copia de llaves y vende cordones y plantillas. «Qué hay, Tomás, ¿tienes ya mis zapatos?», le dice una señora casi intuyendo con una sonrisa que ya estarán listos. «Te dije para hoy, y hoy te los llevarás», responde mientras rebusca en su montaña para ponerse manos a la obra. El zapatero siempre será necesario. «El zapato bueno necesita arreglos; el chino, ya se sabe, no», dice.

No se heredan

¿Qué recomienda para que el calzado dure más tiempo? «Comprar siempre zapatos de calidad. Los zapatos no se heredan. Cada persona camina de una forma distinta», responde. ¿Ser zapatero es una profesión en auge? «Al contrario, como le he dicho antes, más bien diría que se trata de un oficio en declive. Se requiere mucha dedicación y esfuerzo para que sobreviva como negocio rentable. Antes todos los arreglos los hacía a mano y actualmente utilizo una máquina específica. Los tiempos han cambiado. Nos traen calzado estropeado que antes se tiraría y ahora se apura al máximo», indica.

«Nos traen calzado estropeado que antes se tiraría y ahora se apura al máximo»

El aprovechamiento máximo del calzado ha supuesto que entre los encargos más habituales se encuentran «el cambio de tapas, filis y suelas». Otra de las tendencias observadas por este profesional «es que ahora se arregla todo, lo bueno, lo malo y lo regular». Señala que a otros compañeros, de los pocos que van quedando, les toca hacer trabajos muy difíciles. Según detalla, «nos encontramos con zapatos rajados por un lado o con alguna pieza rota con lo que te toca desmontar el zapato y volverlo a armar», una dificultad añadida. Tampoco se hacen tantas copias de llaves.

En su carrera, alguna anécdota: «Una mujer una vez trajo una llave y después de hacérsela me dijo: espero que abra ahora porque la que te he traído no abría». Y otros venían a por zapatos «y resulta que no los habían traído nunca», concluye entre risas.