María Isabel lleva más de 60 años casada con Justo. No se han separado nunca. Han afrontado lo bueno y lo malo de la vida unidos, incluso la peor experiencia posible para unos padres: la muerte de una hija a causa de una enfermedad. Justo Gómez dedicó la mayor parte de su experiencia laboral a trabajar en las Patatas Fritas el Gallo, una de las auténticas firmas gourmet de esta ciudad en cuestión de aperitivos. Y María Isabel ejerció como modista, ganándose la vida y la de su familia entre patrones, pespuntes, hilvanes, bastillas, dobladillos, festones, ojales...

Su salud no es buena, y se les ha complicado aún más en los últimos años. A María le han certificado el mayor grado de dependencia (grado III), de modo que necesita el apoyo continuo de otra persona en su día a día. Además, su discapacidad ya alcanza el 85%. «Tiene 84 años y, aunque mentalmente se encuentra bien, físicamente ni siquiera puede estar sola», explica su hijo, Fernando Gómez. Por su parte, Justo Gómez, de 88 años, no es el mismo desde que sufrió leucemia y fue operado de cáncer de pulmón. Los achaques de la edad le hacen tambalearse al caminar y su capacidad de concentración se resiente. En su caso, los profesionales del Servicio Extremeño de Promoción de la Autonomía y Atención a la Dependencia (Sepad) le han valorado con un grado I de dependencia.

Y ahí reside el problema. María tiene derecho a ingresar en una residencia donde pueda estar debidamente atendida, «pero a mi padre le han dicho que no», lamenta Fernando. «Y no quiero separarlos, no quiero que se separen a esta edad, porque esto no debería pasar», denuncia. Primero por ellos mismos, después de tantos años unidos. Pero además, Justo no puede permanecer sin compañía en una casa, «ya no es posible, uno solo estaría peor que los dos juntos», relata su hijo.

Hace cinco días, María se cayó de la cama mientras Justo preparaba el café y se encuentra bastante magullada. El escollo está en que, tras fallecer su hija, al matrimonio solo le queda Fernando, que por su profesión de camionero no puede mantenerse continuamente pendiente de sus mayores en su domicilio de la ronda de la Pizarra. «Voy siempre que me deja el trabajo, preparo la comida, hago todo lo posible... Aunque me marcho con el miedo de que pueda ocurrirles una desgracia, que algún día me encuentre un susto, por eso creo que en estos momentos estarían mejor atendidos en una residencia, pero separarlos no es una opción, es cruel», sostiene.