Álvaro Serrano es el ejemplo de lo que muchos definen como la llamada de Dios. Este joven nacido en Castañar de Ibor en 1986 guarda en su trayectoria profesional y vital una historia poco común. Cursó Ingeniería Aeronáutica en la Universidad Politécnica de Madrid. En segundo de carrera ya trabajaba en la facultad y el último año lo contrató la compañía Iberia a través de un programa de talentos al tiempo que terminaba sus estudios.

Durante media década ocupó un puesto de adjunto a Presidencia en la empresa, donde se encargaba del control de gastos y ahorros de toda la flota de aviones de la aerolínea. Tenía un buen sueldo, viajaba gratis, novia con la que forjar un proyecto familiar de futuro, una casa de 130 metros cuadrados con piscina y gimnasio en una urbanización de la capital española. Asimismo, compaginaba su oficio dedicándose a la magia cómica, de la mano de dos managers que los fines de semana le buscaban eventos en teatros, centros comerciales y televisiones del país.

Sin embargo, un día cambió definitivamente su suerte cuando se presentó a un concurso de la ACB y Orange, donde regalaban un coche. Álvaro se decidió y entregó una única papeleta. De la urna, donde se guardaban 5.000 tickets, sacaron el suyo. Ahí comenzó el reto que transformaría su vida: desde la mitad de la cancha tenía que encestar una canasta y lo logró. Antes de meterla, y ante las dudas de fe que existían en su interior, miró hacia arriba y dijo: «Señor, yo no sé si tú quieres que sea o no sacerdote, pero si la encesto me hago cura». Así fue. Solo contaba con una oportunidad y la pelota entró limpia. El asombro del jurado fue tan generalizado que uno de sus miembros le señaló: «Llevamos cuatro años celebrando el concurso por todas las canchas de baloncesto de España y es la primera vez que pasa esto».

Álvaro Serrano, natural de la localidad cacereña de Castañar de Ibor, posa en la parroquia para este diario. EL PERIÓDICO

Ya con el Fiat en sus manos, Serrano volvió a mirar al cielo y añadió: «Bueno, Señor, esta es una clara señal de que quieres que sea sacerdote». El joven jamás había jugado al baloncesto: «Yo no tenía la fuerza suficiente como para lanzarla normal y resultó muy gracioso porque tuve que tirar como a cuchara», rememora sonriente. De manera que su canasta fue, como él mismo reconoce, «una parábola perfecta».

Aunque para entender la vocación sacerdotal de Álvaro Serrano hay que retrotraerse a su infancia, marcada por juegos infantiles con los Playmobils a los que disfrazaba de clérigos, montaba andas gracias a su habilidad con la marquetería y los hacía procesionar. En ocasiones se ponía el albornoz emulando un alba sacerdotal, tomaba una biblia, las obleas de la feria de Guadalupe y una lata de Coca-Cola para imitar el momento culmen de la Eucaristía. «De pequeño –subraya con seguridad a este diario- sentía esa devoción por las misas, por ayudar a los pobres y a los más desfavorecidos».

En aquellos años el padre de Álvaro trabajaba en Cetarsa, una empresa dedicada al sector tabaquero, de modo que sus primeros estudios los realizó en Talayuela hasta que se trasladaron a Coria y allí, entre el colegio Virgen de Argeme y el instituto Alagón, pasó gran parte de su etapa académica. Los fines de semana tocaba ir al pueblo, donde no faltaban los partidos de fútbol con los amigos, aunque su vocación estaba muy latente y era fácil encontrárselo los domingos como un monaguillo más en las misas de la parroquia de San Benito Abad en Castañar.

«Señor, yo no sé si tú quieres que sea o no sacerdote, pero si la encesto me hago cura», dijo mirando al cielo en la cancha

El primer intento de seguir el camino de Dios lo protagonizó a los 18 años cuando le comentó a sus padres que quería entrar en el seminario. Ellos le respondieron que quizá sería mejor aprovechar su laureado expediente académico para estudiar antes una carrera universitaria. «Mi familia es católica, pero para la mayoría de la gente resultó algo incomprensible mi decisión. Estaba en un período de búsqueda y sentía que la ingeniería no iba a ser mi medio de vida», recuerda. Dice que Dios supo reorientar su senda para servir a los demás. Y aunque trabajaba en Iberia lo suyo era acudir a misa a diario, participar en campamentos con los niños, ejercer como catequista...

A los 29 dio el paso definitivo. Entró en la oficina de su jefe y le espetó: «Mira, que me voy al seminario». Él, pensando que se trataba de un seminario de formación de los que imparte Iberia, le contestó: «Ah, ¿cuánto dinero necesitas y cuántos días vas a estar fuera?». A lo que Álvaro aclaró: «No. No me has entendido. Se trata del seminario de rezar». Su jefe se sorprendió muchísimo. «Disponía de un contrato de confidencialidad porque yo estaba en un cargo de relevancia en Presidencia, conocía los movimientos, las acciones que se iban a comprar, las rutas más eficientes...». El responsable de su departamento le conminó entonces a que subiera a la planta de Recursos Humanos. «Les comenté otra vez todo y añadí: También lo he hablado con Jesús». Y los compañeros preguntaron: «¿Pero con Jesús Dios?». A lo que, entre carcajadas, Serrano aclaró: «No hombre, con Jesús mi jefe». 

De Iberia conserva un bonito recuerdo: «Se portaron muy bien conmigo. Me guardaron el puesto dos años por si me arrepentía, porque sabían que era una decisión importante y arriesgada. Sigo teniendo una buena relación con ellos, pero no volví».

En sus juegos de niño disfrazaba a los Playmobils de clérigos, montaba las andas y los hacía procesionar

Álvaro lo dejó todo y entró en el seminario de Toledo. Ahora ejerce su actividad sacerdotal en Fuenlabrada y Villarta de los Montes. En plena crisis de vocaciones, el joven de Castañar de Ibor es la excepción dentro de un panorama con cifras que hablan por sí solas. En los últimos años se ha producido un importante descenso en el número de ingresos en los seminarios extremeños. A eso se une la despoblación de las zonas rurales, lo que obliga a la Diócesis de Coria-Cáceres, por ejemplo, a tener un cura por cada tres parroquias, según el estudio realizado el pasado mes de marzo por la propia Iglesia en los ocho arciprestazgos de la provincia cacereña.

Serrano ya lo tenía bastante claro. El cambio de su vida en la capital española a su vida de cura rural en la región lo define como «muy interesante». Actualmente se levanta temprano, en torno a las seis de la mañana, para rezar y coger fuerzas en la oración que le permiten encarar el día con decisión y alegría. Luego abre el despacho parroquial, acude a ver a los enfermos, entra en las tiendas y saluda a la gente, «para que vean que eres uno más en el pueblo», remarca. A media tarde celebra catequesis, preside la escuela de monaguillos, las reuniones con los padres, con los grupos de matrimonio… hasta que la jornada concluye con oración de vísperas, la Adoración del Santísimo y las misas. Sobre las diez de la noche se acuesta porque al día siguiente hay que empezar una nueva jornada, que se esfuma entre la oración y el acompañamiento a los demás.

Serrano es, tirando de jerga religiosa, un milagro divino a tenor de los datos que apuntan a que el número de sacerdotes, seminaristas, monjes y otros religiosos católicos continúa en números rojos en Extremadura. La cantidad de matriculaciones en los seminarios españoles baja cada año y aunque hay análisis que aseguran que las vocaciones podrían estar cerca de su desaparición, aún existe un grupo reducido de personas que deciden dedicar su vida y su tiempo a la Iglesia.

Álvaro lo dejó todo y entró en el seminario de Toledo. Ahora ejerce su actividad en Fuenlabrada y Villarta de los Montes

Álvaro es de los que piensan que hoy en día «la gente necesita mucho de Dios, pero sobre todo piden que se les escuche. La sociedad tiene una herida, estamos viviendo en un mundo cada vez más individualista e independiente. Se mira poco el tú a tú y se mira mucho el ‘por sí’. Falta compromiso, nos estamos deshumanizando. Aún así todavía hay esperanza».

En los pueblos –sostiene- queda mucha humanidad. «Sale la gente al fresco con la silla, pero fuera de allí hay bastantes que solo viven de ver la tele y eso empobrece». Por eso, lo que intenta en su trayectoria pastoral es «llevar esa ilusión, esa alegría y esa esperanza de que hay algo más, de que la cosa no se acaba cuando te mueres, que merece la pena vivir, que Dios existe», indica este cura para quien el destino, tarde o temprano, se acaba cumpliendo. Como le pasó a Álvaro Serrano aquel día que una canasta cambió su pasaje de Iberia por un billete que lo condujo en vuelo directo al Reino de los Cielos.