Opinión

Divorcios cristianos: asignatura pendiente

El Santo Padre está promoviendo un Sínodo para la Iglesia universal. Entre otras muchas cosas, se pretende revisar la apertura de los divorciados a la comunión

El Papa preside la Santa Misa Crismal del Jueves Santo.

El Papa preside la Santa Misa Crismal del Jueves Santo. / EL PERIÓDICO

En este tiempo, el Santo Padre está promoviendo un Sínodo para la Iglesia universal. Entre otras muchas cosas, se pretende revisar la apertura de los divorciados a la comunión y, por tanto, el pleno ingreso de los mismos a la Iglesia de la que nunca debieron ser expulsados. El papa Francisco pareciera que se hace eco de las palabras del filósofo y teólogo cristiano Hans Kung: “¡Dios está en este mundo y este mundo esta en él! Es indispensable una concepción unitaria de la realidad”. Desde esta concepción unitaria de la realidad pretende adentrarse estas líneas a modo de recordatorio a la Iglesia que muchos son los cristianos que “padecen tormentos infernales” al sentirse excluidos de su propia fe.

   Negarles la comunión se convierte en una pesada carga que soportan a duras penas ante el pecado mortal sin poder de remisión. No hay forma de redimir la culpa, pues el perdón que sirve para tantos otros no es posible al hombre o mujer que se vio abocado a la separación. Junto al sacramento del perdón les es negado el mismo cuerpo de Cristo, carne de su propia fe. Este callejón sin salida lo sufren –casi siempre en silencio- más de dos millones y medio de fieles divorciados en nuestro país. 

      Es justo ahora que la Iglesia de Roma parece haber encontrado una salida a tanto sufrimiento de una parte importante de sus fieles. 

    Jesús de Nazaret, el Cristo de la fe, pasó sus años redimiendo el sufrimiento de los pobres, enfermos, pecadores y alentando su valía desposeída por el canon cultural de su tiempo. Hombres y mujeres vieron en él la esperanza de lo nuevo, de lo virginalmente nuevo, del comienzo primigenio del hombre, de ese tiempo recreado en el paraíso terrenal. El Dios de Jesús daba una nueva oportunidad al hombre, a ese hombre roto y desvalorizado por las normas del momento y lo hacía con visos de eternidad, de ahí el Evangelio, la buena noticia para los que, abandonados por el transcurrir de la vida, una mano tendida se ofrecía desde el amor más puro de un hombre que, a la vez, encarnaba el mismo Dios de la historia de Israel. Jesús de Nazaret nos enseñó un camino de posibilidades siempre renovadas. Así también debe ser la Iglesia construida en su nombre: sin apartar a estos mismos hombres que pretendió liberar, convirtiéndoles nuevamente en esclavos malditos de su propia acción sin posibilidad de redención. No parece ser el camino para los hombres que de buena voluntad quieren retomar el camino de su propio credo, una oportunidad merecen para sentirse de nuevo rebaño ante los sucesores de Cristo en la santidad de Pedro y todos los demás obispos que gestionan el legado del Salvador. Esto es lo que parece haber entendido nuestro Papa Francisco.

Domingo Barbolla es sociólogo y filósofo

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