De la fascinación por una película, El desencanto (1976), surgió una novela, Los últimos días de Michi Panero , con la que el asturiano Miguel Barrero ganó el último Premio Ciudad de Mérida y que ha publicado la editorial barcelonesa DVD. Aquel filme sobre la familia Panero, cuyo padre, Leopoldo, fue uno de los poetas oficiales del franquismo, es un documental en el que tres hijos y una madre diseccionan descarnadamente su pasado.

Si Leopoldo y Juan Luis no traicionaron al padre, en el sentido en que se convirtieron en poetas, Michi, el pequeño y el primero en morir, fue el único que apenas dejó obra.

En su novela (seleccionada por varios críticos como una de las mejores del 2008), Barrero crea el personaje de un escritor desencantado, admirador de Michi Panero, que decide retirarse a Astorga. El presente y el pasado (una especie de retrato generacional de los años de la Transición española y sus efectos) se alternan en esta ficción.

--¿Por qué despierta fascinación El desencanto?

--No creo que nadie pueda salir impune de El desencanto , en el sentido en que la crudeza con la que Jaime Chávarri abordó en ella ciertos temas sigue resultando sumamente cautivadora a día de hoy, cuando ya han pasado más de treinta años desde su estreno. La vi por primera vez en 2003 y el impacto fue tan brutal que volví a ella varias veces en los años siguientes, hasta que el interés acabó cristalizando en la escritura de esta novela.

--¿Y cómo se produjo ese proceso?

--Fue un cúmulo de casualidades. Cuando vi la película conocía como lector parte de la obra de Juan Luis y Leopoldo María Panero, pero desconocía por completo la figura de Michi, que en El desencanto venía a cumplir el papel del narrador, del personaje que aportaba algo de coherencia al discurso medio alucinado de su madre y sus hermanos. Un año después, leí en un periódico la noticia de su muerte, y justo al año siguiente conocí a un chico que le había conocido en sus últimos años de vida. Ahí empezó todo.

--El filme quiso verse como una metáfora de la familia bajo el franquismo.

--El filme se interpretó, sobre todo, como una metáfora del desmoronamiento del régimen franquista, en el sentido de que tanto la viuda y los hermanos de Leopoldo Panero desmontaban con gran encarnizamiento la figura y la obra de su esposo y progenitor. En ese sentido, no era la familia como tal lo que me interesaba sino plantear una serie de cuestiones acerca de esa generación que apenas tenía veinte años a la muerte de Franco y se vio, digamos, intelectualmente legitimada por El desencanto para acabar asistiendo al derrumbe de sus propias expectativas.

--En su novela traza un retrato de época.

--La idea original era contar cómo habían transcurrido los últimos años de Michi Panero en Astorga, movido sobre todo por la voluntad de resolver una incógnita: cuando él supo que le quedaba poco tiempo de vida, decidió volver allí, a la ciudad natal de su padre, aun sabiendo que no era bien recibido. El desencanto había abierto una grieta muy profunda entre la ciudad. El hecho de que Michi decidiera ir a morir a un lugar que no le iba a recibir precisamente con los brazos abiertos no dejaba de fascinarme. Sin embargo, a medida que iba investigando las razones de ese regreso me fui encontrando con un paralelismo que me resultó muy tentador, el que había entre la trayectoria vital de Michi Panero y la trayectoria ideológica o sentimental de su propia generación. Más que de un retrato de época, por lo tanto, quizás haya que hablar de un cuadro generacional.

--En ese pasado aparece la mentira, la simulación, la apariencia, el fracaso, la pérdida de las ilusiones.

--Tiene que ver con lo que le comentaba antes. La generación que tenía alrededor de veinte años en 1975 tenía muchas expectativas puestas en lo que pudiera pasar tras la muerte del dictador, y esas expectativas fueron cayendo a medida que pasaban los años. De un lado estuvieron las claudicaciones de la Transición. Del otro, el desencanto que para la izquierda supusieron los sucesivos gobiernos del PSOE de González. Puede decirse que la generación que se vio legitimada en El desencanto al ver cómo los hijos del franquismo se rebelaban contra la criatura que los había engendrado (es decir, cómo se desencantaban de sus propios orígenes) acabó desencantándose a sí misma y descubriendo, de la peor manera posible, que las utopías no existen, que en realidad ni siquiera quienes les habían impelido a luchar por una serie de valores creían que esos valores mereciesen realmente la pena.

--¿Qué reflexión hace la Transición española?

--Desconfío por naturaleza de las verdades absolutas, y la Transición se nos ha estado vendiendo a lo largo de estos años como tal, sin que se alzaran apenas voces cuestionando determinados aspectos que nunca han estado demasiado claros. Se presentó aquel proceso como un camino de rosas, una época dorada que tuvo el mejor de los finales posibles, y cada vez está más claro que no fue así, o no del todo. Probablemente no había otra manera de hacerla, pero en cualquier caso pienso que debió de plantearse como una operación sujeta a posibles modificaciones posteriores y no como algo cerrado en sí mismo, incuestionable e inmutable. Suele decirse que hubo concesiones por las dos partes, pero la verdad es que unos concedieron más que otros, y de ese desequilibrio nacieron las costuras que ahora vemos saltar poco a poco por los aires.