El escritor Rodrigo Fresán fue el encargado de caldear los ánimos del respetable, ayer en la Biblioteca Jaume Fuster de Barcelona. Se trataba de mostrar en vivo, en directo y sin bozal al perro diabólico de la literatura norteamericana, James Ellroy, que ha recalado en Barcelona inmerso en una mareante macrogira europea para presentar Sangre vagabunda (Ediciones B), el cierre de lo que hasta el momento es su obra magna, la Trilogía Americana .

Apareció Ellroy con su fibroso e imponente aspecto de marine malísimo y leyó gesticulante y actorazo total las primeras páginas de su novela. Impagable el momento en que con gran intensidad se llevó la mano a la bragueta. Todo en Ellroy es intenso. Incluso el personaje que arrastra y del acierta al tomárselo a broma. Contó un par de chistes: "No tengo móvil, no navego por internet y no leo los periódicos (esa parte es verdad). Por cierto, esta mañana he oído que habían elegido presidente de los Estados Unidos a un negro. ¿Ustedes saben algo de eso?"

¿Cuáles serían los atributos de Ellroy en el caso de ser un personaje de una novela de Ellroy? "La fe religiosa, el que mi padre me enseñara a leer a los tres años, el asesinato de mi madre, la curiosidad por la vida criminal de Los Angeles, una gran meticulosidad, la capacidad de aprender de mis errores y la esperanza de ser cada vez mejor escritor".

La enumeración dice poco de la leyenda según la cual se dedicó a robar casas en su juventud. "Entré unas 20 veces para husmear cautelosamente, era un frikie, un criminal de poca monta y mi único peligro era el acné", afirma con hinchado orgullo, al borde la autoparodia.

"¿Saben ustedes quién es mi mayor héroe? Adelante. No es un escritor", preguntó a la audiencia prometiendo libros firmados como premio. La respuesta es Beethoven. "Mi obra es al thriller lo que las composiciones de Beethoven son a la música clásica", ha dicho. Y compara la tetralogía que empezará a escribir este año con los últimos cuarteros del compositor.

El resto de sus fijaciones también hizo su aparición en la charla. Dios, a quien pidió fuerzas para acabar su primera novela, allá por 1979 cuando trabajaba como cadi en un campo de golf. Su obsesión por la historia. Su odio a Kenned. Y, por último, su conflictiva relación con las mujeres. Enumeró a las tres últimas, que le echaron "a patadas", unas por "macho" y otras por irreconciliables diferencias religiosas y políticas, antes de recalar en su actual novia Erika Schickel, la mujer con la que el aplacado genio oscuro piensa pasar el resto de su vida.