"Si tocan una biblioteca, me tocan el alma". Lo dijo Ray Bradbury. Es, de todos modos, lo primero que los hombres tocan: los centros religiosos y los del saber, en cualquier guerra. Miren Bagdad, Sarajevo, Alejandría. En los últimos años, han cerrado más librerías (buenas librerías) de las que queremos recordar. Hay gigantes monopolísticos a golpe de click que muestran solo una parte del mercado (la que más se ve, la más poderosa, la de los premios a dedo, la de siempre) y cadenas enormes con dependientes mal pagados. Luego están ellos. Esos suicidas que, en vez de montar un bar --no: no desdeñaremos los bares, nunca--, se rodean de volúmenes y más volúmenes, porque saben, como sabía el argentino Adolfo Bioy Casares, que gran parte del amor a la vida proviene del amor a los libros.