Cada vez que hay un concierto de la Orquesta de Extremadura (OEx) me acuerdo de mi padre. Con él vi juntos, en un escenario, hace no sé cuántos años, a Álvaro Albiach y a Andrés Salado, mano a mano. Con Albiach estuve el día y la noche antes de su muerte, en los ratos libres que me dejaba el hospital. El correo se llena de anuncios de empresas para que celebres este día: con tazas de mensajes bonitos, con estaciones meteorológicas, con carteras de piel de Ubrique; con recetas de Thermomix, MyCook, Cook Expert o el robot que tenga cada cual; cada vez que llega la festividad de San José, ese padre adoptivo abnegado del que casi no se habla en la Biblia, pero del que suponemos que enseñaría el oficio a Jesús: así se corta la madera, así se pule, así se hace una mesa, hijo mío, toma este palito: ¿ves? adentro tiene un caballo.

«Aquí no se aplaude, niña, no seas cateta», me dijo mi padre al finalizar el primer movimiento de dios sabe qué sinfonía, en los tiempos de Jesús Amigo, que yo me arranqué enfervorecida. Manuel Hernández Silva, de quien hablé la semana pasada, está de acuerdo conmigo: «Luego el público aplaude algo que pasó hace 45 minutos». En Estados Unidos también son prestos con las palmas: en la danza, en la música clásica, en el jazz. Yo aplaudiría a Asier Polo a los dos minutos.

Ya me gustaría poder verlo con mi padre. Lo puedo hasta imaginar: ir a Plasencia, al palacio de congresos que aún no he pisado, a las 19.30 horas esta misma tarde, quedarnos a dormir, visitar esa ciudad hermosa, tomar unas tapas (qué bien se come en Plasencia). Comprar mucho pan de centeno en la Ecotahona (con ese sabor ácido, esos tonos de chocolate, ese poderío cerealero que tiene el.

Antes de morir, le dije que quería ver una ópera entera con él. Nunca ocurrió. Hemos visto pedacitos.

La Chanson de Kleinzach de Alfredo Kraus en 1988 Barcelona muchas veces; Rigoletto; Las bodas de Fígaro… e intentó, sin éxito alguno, que me gustara la zarzuela. Nos hemos sentado a comer peladillas viendo el concierto de año nuevo, que no es lo mismo sin él. Pero, sobre todo, ocurre con la Orquesta de Extremadura. Cada vez que hay un concierto pienso: «Esto le gustaría». Y escucharía el disco de Asier Polo Vivaldi, Boccherini, Haydn: Cello Concertos o el que acaba de salir de las Suites para cello de Bach.

Durante este año y pico que llevamos de pandemia, han muerto los padres de varios amigos míos y otros llevan tiempo sin verlos, o han pasado semanas de terror por los brotes en las residencias. O no han podido salir a pasear, y ya son mayores. Ha habido duelos raros: estamos acostumbrados a apartar la muerte, pero, a la vez, la hemos llenado de ritos cotidianos (esa romería que supone un tanatorio, la misa o el responso, el que se llene la casa de amigos) que no hemos podido cumplir. La muerte en soledad es doble muerte.

Por eso me acuerdo de los padres.

Y de los planes que no hicimos o que no podremos hacer.

Como ver el Don Juan Tenorio loco que se han marcado Daniel Braceli y Virginia Campón con mi adorada Ana B. Carretero. Todo sobre Tenorio, se llama. Todo sobre mi padre. El domingo, a las siete, en el Gran Teatro de Cáceres. Teatrimazín producciones acaba de nacer y no pueden presentar esta obra de mejor manera: «Es una comedia loca (¡pero loca, loca!) y divertida, basada en la obra Don Juan Tenorio de José Zorrilla (vamos, así por encima, como quien dice)».

O hablar de las muertes de James Levine (por quien me hizo visitar la tienda del MET y buscar desesperadamente un DVD compatible con la zona española que, por supuesto, no había) y de Antón García Abril. Veíamos juntos El hombre y la tierra, de Félix Rodríguez de la Fuente, con su música de inicio. Yo no lo sabía, como tampoco que la del Planeta Imaginario era de Debussy y que la interpretaba Isao Tomita. Y me reñía: «Pero cómo no te has leído todavía Los santos inocentes y yo le regalaba libros de Juan Vernet (Lo que Europa debe al Islam de España) y hablábamos de Lope (que de noche le mataron, al caballero; la gala de Medina, la flor de Olmedo) o de Cervantes.

Karlik Danza celebra sus treinta años de vida (y nunca les he preguntado de dónde viene lo de Karlik: hay un escritor, pintor, ilustrador, activista cultural de Silesia apodado así: Stanislaw Ligoń. Y unas montañas, un tranvía del año 2000, un pez atlántico y un murciélago). Celebran sus treinta años de vida con Licenciado Vidriera en la Sala Trajano de Mérida. Nos han dado tanto, los de Karlik, en este tiempo que brindaremos por otros 30 años.

Se va viendo actividad en las salas y teatros. En el Alkázar estará Celestina, la tragiclownmedia; Mariana Collado y Lucio A. Baglivo actúan en la sala Guirigai, en los Santos de Maimona, hoy y mañana a las siete; Magic Queen nos hará recordar, en el Teatro López de Ayala, al grupo de Freddie Mercury («Me gusta más que Haydn»,, confiesa Andrés Salado), Pantomima Full están en Cáceres; en La Nave del Duende hay circo con la obra Frágil, que habla de la cultura en tiempos de pandemia y así, al cincuenta por ciento, vamos celebrando la vida por aquellos que ya no están.