No sabía que la palabra “melón”, además del nombre de la fruta y del teckel del autor del libro “Melón de mi alma y de mi corazón”, José Antonio del Cuvillo se refiere a una expresión de terquedad, pues donde nací, la Ciudad de México, no se usa. Esta última acepción me hace pensar en un par de coincidencias: una, mi Fridita; la otra, Mafer. Que ambas, sin celo comparten el mismo título de “mi mejor amiga”.

Menciono coincidencia porque Frida, mi pastor australiano, es tan inteligente que, en muchas ocasiones, su carácter la hace ignorarme y toma la mejor decisión para ella. Por otro lado, Mafer y yo nos llamamos de cariño “melón” y da la casualidad que lo que tiene de generosa y excelente amiga lo tiene, efectivamente, de melón, y hasta que no se presenta lo contrario a su teoría o empresa, no cede de parecer. 

Después de esta introducción, debo decir que comencé a leer el libro con mucha ilusión, por la mini sinopsis que mi suegro Rafa me contó del libro, simpáticas anécdotas que José Antonio recuerda junto a su esposa Mónica y Melón. De las ilustraciones tan bonitas que aparecen a lo largo de las memorias. Y porque claro, al tener compañeros de vida caninos, no tenía duda de que tal vez compartiéramos mucho, sin haber vivido lo mismo.  

En el transcurso de la lectura ya me imaginaba cómo iba a terminar el libro, y entonces le advertí a Rafa “no quiero llorar”. Dicho y hecho, lloré. Pero porque el final de los relatos me hicieron voltear a ver a mi Fridita y agradecer por su vida, por lo feliz que me ha hecho y por lo mucho que me ha enseñado sin pronunciar palabra. Aunque debo reconocer que cuando llegó a casa yo no era tan paciente con ella, porque era la primera vez que un ser vivo me pedía tanto tiempo y amor, a lo que evidentemente cedí sin reparo, porque, ¿cómo algo tan bonito y noble, como lo es Frida, no iba a recibirlo? Lo único que le pedí es que sea eterna a mi lado, como estoy segura que lo es Melón, al lado de Mónica y José Antonio.