Regresa el Cáceres a la zona de la clasificación que más escuece. Su derrota ante el Auna Canarias vuelve a situarle en el penúltimo lugar, equivalente a perder la categoría si hoy terminase la competición. El equipo de Manolo Hussein perdió con bastante claridad ante un rival sólido e inteligente, evidentemente mucho más mentalizado para la cita.

Fue el choque que culminaba una de las semanas más complicadas en la historia verdinegra. Los que digan que todo lo que ha ocurrido no ha afectado --con el amago de desbandada general y la posterior resolución momentánea de los problemas económicos-- es complicado que tengan razón. Parecía como si los jugadores sólo se hubiesen puesto a pensar en la rapidez de Gonzalo Martínez, la explosividad de Roberto Guerra o la efectividad de Larry Lewis unos minutos antes de saltar a la cancha, casi en la rueda de calentamiento.

SIEMPRE POR DETRAS

Fue el Cáceres un equipo sin personalidad, o mejor dicho, con la misma escasa lucidez que exhibió su líder natural, Ferrán López. Cada vez está más claro que las actuaciones cacereñas dependen extraordinariamente del día que tenga el base catalán, ayer desorientado y cegado. Fue el primer eslabón de una cadena que afectó más o menos a todos los jugadores, incluyendo los que completaron buenos números.

No dio la sensación de que los locales pudieran ganar en casi ningún momento. Sin Vlado Petrovic, un jugador irregular pero de una calidad incuestionable, se ha perdido un elemento de mayor importancia de lo que parecía. La rotación de aleros se ha empobrecido notablemente y el club ya se prepara para volver a estudiar el mercado en busca de un tres . Es evidente que Ariel Eslava, titular, debe mejorar muchísimo para poder trascender de su papel de superespecialista defensivo.

Ante tanta fragilidad, al Auna Canarias le bastó hacer un trabajo sencillo y profesional para llevarse una victoria que le confirma como gran revelación de la temporada. Pedro Martínez, un entrenador que parecía perdido en las catacumbas de la LEB, ha configurado una plantilla sin grandes lujos y que probablemente no sea más cara que la del Cáceres. Todos trabajan para todos, buscan la mejor opción y luego la calidad es la que decide.

La mañana siempre tuvo mal aspecto, con el Cáceres por detrás en el marcador de forma eterna. Los reiterados errores en los tiros libres y el escaso dominio del rebote condicionaron siempre, tomando los canarios la iniciativa desde el salto inicial. Sus ventajas no fueron nunca demasiado amplias, aunque sí suficientes para manejar el partido con practicidad y poder rotar con tranquilidad el banquillo. Al final del primer cuarto, 18-20, pero crecía sensación de que el choque tendría color amarillo si Thompson y Muoneke no andaban un poco más espabilados y Ferrán no se centraba.

La entrada de Hansen en la dirección resultó entonces intrascendente. El quinteto ni mejoró ni empeoró y el madrileño no tuvo opciones para clavar esos triples preciosos que tanto daño hacen. Tampoco Dani García tenía engrasada esta vez su muñequita linda , lo que aumentaba los malos augurios.

Los visitantes se marcharon antes del descanso gracias a ocho puntos casi consecutivos de Roberto Guerra, uno de los escasos productos de la cantera mientras Hussein estuvo entrenando en Las Palmas. El jugador demostró un rostro de cemento e impulsó a los suyos hasta el 36-44 del descanso.

SIN SOLUCION

El Cáceres sobrevivía gracias a la emotividad que le ponía a la cita y en el tercer cuarto las distancias se mantuvieron gracias a Muoneke, que se enchufó un poquito al asunto, aunque más desde el exterior de lo que sería deseable en un pívot. Sin embargo, el Auna mandaba y conservaba casi toda su renta (58-64, min. 30).

El último acto tuvo momentos para la emoción y la esperanza --un triple de Joffre Lleal apretó el electrónico al máximo (67-68, min. 33)-- y también para la más hiriente decepción. El Cáceres había apretado en defensa, jaleado por un público que intentaba transmitir orgullo a sus jugadores, pero en el momento más crítico no supo parar a Lewis. Su excelente racha anotadora --sus compañeros siempre supieron buscarle-- supuso el fin de las opciones cacereñas. Una inhabitual violación por no sacar en cinco segundos de fondo fue la expresión perfecta de la desorganización y el desánimo que creció sin parar en el equipo.