Son las dos de la tarde y, en un lugar de Las Hurdes, las cunetas de las carreteras presentan un paisaje insólito: decenas de vehículos, muchos de ellos con el sello propio de la competición, permanecen apostados como dejando pasar el tiempo.

Algo pasa en los alrededores de Casar de Palomero, en la carretera que llega desde Caminomorismo. Algo grande, sin duda. "Sí, sí, está por ahí. Mira la camiseta". Un joven enseña con orgullo los autógrafos serigrafiados con un par de firmas de lujo. Al lado de él, están otros veinteañeros con expresión de niño con zapatos nuevos y, con ellos, Javier Gómez, del equipo Scudería Vichina, de Zarza de Granadilla. Gómez ha dejado su tienda de comestibles para ir a ver al Leo Messi ¿o al Cristiano Ronaldo? de los rallys mundiales. "Aquí estamos, no hay problemas, hemos estado con él...".

Sebastian Loeb, el mejor piloto de la historia (cinco Mundiales consecutivos --los últimos-- le avalan) está en Las Hurdes. Y se nota. El piloto Cándido Sánchez, de Campillo de Llerena, ha atravesado Extremadura dos días consecutivos para ver primero a Dani Sordo, el martes, y ayer al francés. "Para que veas qué afición hay a esto en Extremadura; es increíble, increíble", comenta de regreso a última hora de la noche.

La parafernalia

La parafernalia de los rallys está instalada cerca de las pistas en las que Loeb va a rodar. El galo está descansando después de una dura mañana. Sale a dar un paseo sin apenas soltar el móvil en el set improvisado que se han montado en Citroen. Llegan 40 personas, alojadas en el hotel Los Castúos, en el cercano Pinofranqueado.

Mientras el campeonísimo sigue a un móvil pegado, sus mecánicos revisan el C4 que, unos minutos después, iba a protagonizar lo que algunos consideran como el mayor espectáculo del mundo. Un par de chicas se cuelan por un resquicio y logran hacerse una foto con su ídolo. Fuera esperan 50 aficionados a los rallys y algunos curiosos añadidos.

"Esto es espectacular. Nos están tratando de maravilla. La alcaldesa de Caminomorisco nos acaba de agradecer que hayamos venido. La gente del hotel es fantástica y aquí, además, no nos ponen problemas, más bien al contrario: están volcados. Trabajamos mucho mejor aquí que en Cataluña, pese a los problemas logísticos de venir tan lejos". Lo explica, con el gesto complacido, Carlos Vilella, uno de los dos responsables de la empresa que organiza los equipos de test para Citroen. El y otro componente de su firma, llamada Javier Puigcercós SL, son los únicos no franceses que llegan con Loeb.

El piloto abandona el móvil cuando tiene todo listo. Sus hombres ya le tienen preparado el vehículo. Se pone el casco, prueba y prueba, da marcha atrás y, en un plis plas, provoca el ruido increíble del motor. Atraviesa un puente, sube por el asfalto urbano y vuelve al mismo lugar para hacer un trompo en un palmo de terreno. Comienza otro test. La sierra hurdana ruge con la presencia, majestuosa, del campeón del mundo. A varios kilómetros a la redonda, solamente parece escucharse al galo. "Mira, mira, va por allí; ¿a cuánto irá?", le pregunta una chica, previsiblemente lugareña, a su acompañante.Loeb repite la operación hasta cinco veces. Son ya las cuatro de la tarde y la sierra hurdana sigue rugiendo. El pentacampeón se baja del C4 sudoroso. Vuelve al set y comenta algo a su ingeniero jefe, que toma nota. Ha rodado sobre asfalto, muy similar al que se puede encontrar en los Rallys de Chipre o Portugal.

Sustos

Antes de ello, la exhibición: sus trompos en la estrechez del firme, parecían todo un imposible, tanto que en algún momento, dada la expectación que había alrededor, alguno que quiso estar muy cerca, demasiado, se llevó un susto, saldado con una sonrisa. Daba igual, pensarían.

Los aficionados no apartan la mirada del ídolo. Aquí hay gente de Plasencia, de Villafranca, de Badajoz... Internet les ha dado la pista para que muchos, por primera vez, vean en directo al piloto francés. La noticia de su presencia, recogida ayer por este diario, ha movido montañas y toneladas de ilusión.

"Venga, hay que echarle morro y entrar como sea. Yo de aquí no me muevo si no me hago una foto con él". El piloto francés continúa charlando con sus colaboradores y la expectación va in crescendo . El paisaje hurdano, al que los voraces incendios no han logrado aplacar su grandeza, tiene ante sí un invitado especial, al que acoge con la hospitalidad que le significa.

Loeb mira de nuevo las ruedas y gesticula en positivo. Parece darle el visto bueno a las pruebas. "Volverá en un rato", dicen en su equipo. Se vuelve a correr la voz y por ello nadie se mueve del lugar. Más bien al contrario: cada vez hay más gente, que llega con barras de pan y viandas. La tarde se presume larga.

¿Quién es ese?

Volviendo a la carretera, aquello sigue siendo un paisaje deportivamente maravilloso. En la imponente subida se han encontrado nuevos lugares donde, aunque sea de lejos, se atisba al campeón maniobrando. Un niño se sube a los hombros de su padre y pregunta: "¿Papá, quién es ese que va tan rápido en el coche de carreras?".

Ese treintañero que por allí pululaba iba a 180 por hora dará una publicidad positiva a Las Hurdes. "Está claro que lo de la leyenda negra sobre nosotros debe desaparecer, ¿no?, que ya somos mucho más que lo que se puede pensar por ahí", deseaba otro lugareño. Y Loeb, mientras, a lo suyo, disfrutando del coche... y del paisaje.