Valentino Rossi, derrotado por los mismos dos rivales a los que crucificó el año pasado acusándoles de haber preparado un biscotto para que no conquistase su décimo título mundial, bromeaba tras bajar ayer del podio, recordando que su amigo Iannone había tirado a Lorenzo en Montmeló, en una acción sin sentido. Si con el calor de la batalla, lo dice, será porque lo pensó ¿a qué sí?

Vuelve a ver que Márquez se escapa ya casi definitivamente (52 puntos sobre el Doctor y 66 más que Jorge Lorenzo, cuando quedan 100 por jugarse) tras haber ganado tras cuatro carreras solo puntuando. Márquez tenía marcado el GP de Aragón en su agenda para sentenciar.

¡MENUDA SALIDA LOCA! / Lo había dicho el propio Rossi, que es el que más sabe, el más pillo, el más listo, el único capaz de parecer un pilotito del montón el viernes y hasta el sábado para, llegado el domingo, emerger cual campeonísimo: «¿Ganar a Marc en Aragón?, no es imposible, ¡es un milagro!» Pero, como recordó Márquez, «¿pensabas tú que el Alavés nos iba a ganar en el Camp Nou? ¡No!, pues esto es igual; soy favorito, pero tengo que ganar y no va a ser fácil».

Y, aunque salía delante, cuando se apagaron los semáforos «todos hemos salido demasiado agresivos, excitados, fue ¡un caos!», explica Lorenzo. «Yo he salido de maravilla y me he colocado enseguida delante, lanzando una carcajada en mi casco. Fue como el pistoletazo de los 200 lisos», narra Rossi.

Pero, sí, el arranque del GP que Márquez había escogido para dar un golpe de efecto en el Mundial, cerrar bocas y enfilar con posibilidades de éxito el triplete asiático, empezó demasiado complicado para su estrategia: Rossi, que salía sexto, ¡zas!, de pronto, estaba delante; Maverick Viñales lideraba la carrera; Lorenzo, que se había caído por la mañana y, encima, cambió el neumático trasero en la misma parrilla aparecía delante. «¡Tremendo, sí!», pensó Márquez para sus adentros.

Pero el mejor rookie de la historia aún viviría más sustos antes de fabricarse la carroza de la gloria. Por querer evitar sorpresas, le hizo un adelantamiento «justito» a Lorenzo en la primera vuelta, tan justito que, a 310 kms/h., levantó su mano izquierda (¡no dejó el gas, no! ¡eso nunca!) para pedirle «¡perdón! ¡perdón!» Y, en el siguiente, giro salvó otra caída, regateó el dolor «gracias a mis codos de oro» y, cuando ya se veía en el suelo, herido, hizo palanca con el brazo derecho y elevó la moto y, aunque regresó quinto al grupo de cabeza, seguía vivito y coleando.

«¡Vaya tela! ¡Que susto!» Y Márquez pensó: ruedas duras, ¡cálmate, chico! Era solo la segunda vuelta, era solo la séptima curva, no había que perderlo todo «por ser un ansioso». Total, delante estaban Viñales, Lorenzo, Rossi y Dovizioso, sí, «pero no se iban, los veía ahí delante, así que decidí calmarme, calentar bien mis ruedas e ir a por ellos, paso a paso, y, sobre todo, fulminarlos en la curva 15, la elegida porque, aunque nunca enseñó que ese era el punto fatídico, «era el sitio ideal pues llegaba tras tres frenadas brutales».

MÁS LíDER QUE NUNCA / Márquez sabía que tenía unas décimas en su muñeca y sabía que esas ruedas, una vez calientes, las soportarían. Así que esperó el momento. Y fueron cayendo los adversarios. «Cuando llegué a Vale no me lo pensé. No quise riesgos. Lo pasé y giré lo más rápido que pudo. Ahí hice la vuelta rápida en carrera, justo a mitad del gran premio, conseguí uno, dos y tres segundos y pensé en la felicidad, en la inyección de moral, que me había dado el primer podio de Àlex (su hermano) en la carrera de Moto2, que ya se lo merecía, el pobre. Y pensé ‘chaval, no falles’». Y arrasó. Y ya es más líder. El mundo sabe que tiene pinta de tricampeón. H