El primero de ellos nació el día de Reyes de 1956. El segundo, el 31 de marzo del 57. Los dos niños, hijos de la misma mujer, vinieron al mundo "sanísimos y gordísimos" en la Casa de la Madre de Cáceres (institución benéfica religiosa que se ubicaba en el Palacio de Godoy) pero el primero falleció al día y medio del parto y el segundo cuatro días después. O al menos eso es lo que le aseguraron las monjas a Juliana Conejero, su madre: "Le contaron que ella tenía algo en la sangre que impedía que los niños siguiesen con vida después de nacer", cuenta María Jesús Luceño, hija de Juliana, que añade que en ningún momento su madre llegó a ver los cuerpos de los niños y que las religiosas le dijeron que "ellos se encargaban de todo. Nunca hemos sabido nada de dónde están enterrados".

Así que por dos veces Juliana salió de su pueblo natal, Santiago del Campo, para dar a luz pero volvió a él sin hijos. Ella falleció hace diez meses creyendo aún en la explicación que le dieron. "Sé que ha llorado mucho por esos niños, pero era una mujer de pueblo, inocente, y que no tenía por qué sospechar", cuenta María Jesús, que añade además que un sarampión infantil la había dejado ciega del ojo izquierdo y con solo un diez por ciento de visión en el derecho. "Con ella lo tenían fácil", lamenta. Tampoco ayudó que las dos veces tuviera que pasar el trance sola ya que a su marido ni siquiera le dio tiempo de llegar a ver al niño en el primer parto y en el segundo, tras el nacimiento, tuvo que volver al campo, a su trabajo cuidando ganado.

María Jesús y su hermana Milagros sí que comenzaron a tener sospechas sobre lo que de verdad había sucedido hace unos meses, cuando empezaron a salir a la luz decenas de casos de presuntos robos de niños y adopciones irregulares por toda España. "No es normal que le digan que tiene un problema en la sangre y ni siquiera le hagan un análisis. Cuando llegó al pueblo le pusieron un tratamiento que casi se muere. Además, yo nací en 1959 y mi hermana en 1964 y no hubo problemas". Eso sí, cuando ella nació "mis padres tenían mucho miedo de que yo también me fuera a morir". Posteriormente, a su madre nunca le detectaron problema alguno en la sangre. "Ella pensaba que se le había quitado solo", rememora.

De estar vivos, a María Jesús le gustaría localizar aunque fuera a uno de sus hermanos para poder decirle que "fueron hijos deseados por mis padres, que nos los dieron en adopción, porque no sé qué es lo que les habrán dicho a ellos".

Ella emigró al País Vasco junto a toda su familia con 15 años. Vive en la localidad vizcaína de Baracaldo aunque tiene casa en Santiago del Campo "y voy siempre que puedo". La última vez, en febrero pasado, a la fiesta de Las Candelas de su pueblo, a la que no había vuelto desde que marchó a Euskadi.

Como muchos otros casos similares que están apareciendo ahora, María Jesús tiene que afrontar la dificultad de que la mayoría de protagonistas de esta historia han fallecido, lo que complica la investigación. Por el momento, ha solicitado un legajo de abortos, y en cuanto pueda venir a Cáceres quiere ir al cementerio para comprobar si hay documentos que atestigüen los enterramientos. La semana próxima se unirá a Anadir en la denuncia conjunta que ha presentado esta asociación ante la Fiscalía General del Estado con centenares de posibles casos de niños robados. "Sé que es difícil, pero no pierdo la esperanza de que estén vivos y de encontrarlos. Tendrán ya su vida, pero al menos me gustaría conocerlos".