Cómo es lógico, las manifestaciones se juzgan, aunque no solo, por el número de gente que asiste a ellas. No lo es, sin embargo, que a estas alturas se siga sin poder afirmar que las cifras de participantes que se airean sean fiables. Ni las de los organizadores, infladas, ni las de las instituciones públicas, que repiten diarios, radios y televisiones, amparándose a menudo en un cómodo y surrealista abanico: 1.500.000 según los organizadores, 100.000 según la policía y 300.000 según la policía local.

Lo ha explicado muchas veces Miquel Almirall, profesor de instituto y uno de los fundadores de Contrastant, un colectivo que desde el 2001, y entre otros muchos retos, se impuso el de contar manifestantes en busca de la verdad. Hace cinco años, Contrastant detuvo su apostolado por falta de tiempo y de recursos. Almirall lo ha explicado muchas veces y vuelve a hacerlo: "Hay dos maneras de contar a los manifestantes". Y esas dos maneras son la matemática y la política.

La primera consiste en tener en cuenta el espacio físico que ocupa una manifestación y la densidad de asistentes por metro cuadrado: si la gente está parada, tres. Si se mueve, menos. El segundo método, el "político", funciona de otro modo: "Pongo la cifra que más me conviene". Este sistema está ligado a la ideología de la institución o del medio de comunicación y tiene un funcionamiento muy claro: si son míos, son muchos, y si no, no.

A Almirall le parece intolerable que los medios acepten publicar cifras que no solo no son reales, sino que ni siquiera son concebibles: "No hay que citar cifras imposibles". El "pecado original", dice, es la manifestación de la Diada de 1977 en Cataluña, cuando todo el mundo dio por bueno que más de un millón de personas había estado en la protesta del paseo de Gràcia. Contrastant también analizó esa manifestación, aunque obviamente no de forma presencial. Fue casi 30 años después, y con la conclusión de que unas 266.000 personas desfilaron por Barcelona ese día.

Ejemplos de cálculos

Almirall se apasiona citando ejemplos, como el de una manifestación en Bilbao en la que se calcularon 500.000 asistentes cuando en toda la ciudad hay 350.000 personas. O la de Barcelona después de que ETA asesinara a Ernest Lluch, en la que la Guardia Urbana contó 900.000 participantes en un espacio de 54.180 metros cuadrados. A Contrastant le bastó una división para ver que eso suponía que en cada metro cuadrado había más de 16 personas. Según ellos, había 108.360. Así leído se diría que fueron pocos y esa es otra crítica de Almirall: como nos hemos acostumbrado a dar por buenas cifras muy superiores a las reales, la verdad nos decepciona y ninguneamos convocatorias que tienen mérito. "Me apena que en un día en un sitio se junte a 20.000 personas, que es un gran éxito, y digamos que no hay nadie".

Según esta teoría, el éxito también sería limitado en ciudades como Cáceres. Un punto de encuentro tradicional de cualquier movilización en la capital cacereña es la plaza Mayor, allí empiezan o terminan la mayoría de las protestas organizas o improvisadas, pero su espacio es limitado. Según los cálculos del Sistema de Información Geográfica (SIG) del Ayuntamiento de Cáceres, son 14.000 el número de personas que pueden confluir al mismo tiempo en este espacio, tras su renovación y la eliminación de la bandeja central que existía.

En total, esta plaza cuenta con 7.000 metros cuadrados diáfanos de espacio para albergar al público, lo que según los cálculos del SIG serían dos personas por metro cuadrado, aunque los cálculos matemáticas elevan esa cifra hasta las 28.000 personas, teniendo en cuenta la posibilidad de aunar hasta cuatro ciudadanos por metro cuadrado. Una de las últimas concentraciones más masivas, durante la huelga general del pasado 14 de noviembre, reunió en la plaza Mayor a 14.000 personas según los sindicatos, la Delegación del Gobierno en Extremadura rebajó esa cifra a poco más de la mitad, 8.000. Matemáticas políticas.