Cuenta la fábula que un joven inquieto le pidió a un hombre con fama de sabio que fuera su maestro. El primer consejo que le dio fue que le acompañara en su viaje por el mundo. Un día el maestro quiso que se apartaran del camino y que se acercasen a una casa que parecía abandonada en lo alto de un precipicio. Al aproximarse comprobaron que la casa estaba ocupada por una familia muy pobre. Los niños correteaban por los alrededores y parecían vestidos con harapos y mal nutridos. El maestro pidió a los dueños que les dejaran pasar allí noche, el matrimonio accedió después de advertirles que eran muy humildes y apenas si tendrían para darles de cenar. Mientras compartían un tazón de pan calado con leche aguada, el maestro les preguntó cómo podían subsistir en aquel sitio tan apartado y aparentemente tan pobre. El padre respondió: Tenemos una vaquita que nos da leche, la mitad la consumimos nosotros y la otra mitad la cambiamos por otros alimentos. El joven se quedó admirado de los sacrificios que hacía aquella familia para seguir viviendo. A la mañana siguiente los dos hombres retomaron su camino. Apenas habían dejado atrás la casa, cuando el joven preguntó qué podría hacer él para ayudar a aquella familia. El maestro se quedó pensando, al momento, dijo: Si quieres ayudarlos, vuélvete y arroja la vaca por el precipicio. El discípulo dudó, pero tenía tanta fe en su mentor, que hizo lo que este le había pedido. Luego continuaron el camino, recorrieron varios territorios y aprendieron mucho juntos. Pasados tres años, el maestro le dijo: Ya no puedo enseñarte más, ahora tienes que ser tú quien aprenda a aprender por ti mismo. Se despidieron y el joven consideró que lo primero que debía hacer era buscar a aquella familia y pedirle perdón por el daño que les había causado.

XNO LE RESULTOx fácil dar con el camino. Cuando creyó haber llegado al lugar, comprobó que la casa estaba reconstruida y era mucho más próspera. Pensó, ya los han desahuciado, he llegado demasiado tarde. Pero insistió, y el mismo hombre de entonces le dijo: Nosotros siempre hemos vivido aquí, antes teníamos una vaquita y vivíamos de ella, un día se nos cayó por el precipicio y nos quedamos sin nada. Nos las tuvimos que arreglar para sobrevivir. Trabajamos tan duro y tan bien que hoy las cosas nos van mucho mejor que entonces.

Les cuento esta fábula para hablarles de la culpa y de su sentimiento. El sentimiento de culpa ha sido utilizado históricamente por el poder como forma de dominio y de corrección. También la iglesia, o sobre todo la iglesia, ha recurrido a este sentimiento como forma de educación y de castigo. Desde pequeños nos hacen interiorizar lo que está bien y lo que está mal, lo aceptado y lo prohibido, lo que conviene y lo que no. Nos proyectan el futuro trazándonos líneas infranqueables. Cuando luego, por las razones que sean, las pisamos o las cruzamos, nos sentimos indignos, nos pasamos la existencia reprochándonos lo que hicimos mal. Charlie Marlow , el personaje de El corazón de las tinieblas, dice que la vida es una cosecha de inextinguibles remordimientos. El grupo, por medio de las normas, o individualmente, a través del rumor, se siente con derecho a afearnos nuestro comportamiento y a reprimirnos. También la familia, los amigos y los paisanos contribuyen, y muchas veces muy activamente, a que nos sintamos culpables. Dicen los psicólogos que cuando uno se ve con los ojos de los otros, no se expresa como quiere y acaba castigándose y sintiéndose culpable; que por no hacer daño a los otros, se lo hace a sí mismo, que prefiere eso a sentirse rechazado. Dicen también que, por el contrario, cuando el individuo se libera del sentimiento de culpabilidad y asume su responsabilidad, deja de martirizarse y es más feliz. Si esto es así, es imprescindible revisar muchos de los principios y convicciones aceptados socialmente, sobre todo los que no aportan nada al bien común y sin embargo generan bastante dolor en muchos de sus miembros.

XNO OBSTANTE,x estos mismos estudiosos también advierten que el sentimiento de culpa puede tener aspectos positivos. Por lo visto, nos ayuda a diferenciar entre el bien y el mal, a subsanar nuestros errores y a controlar nuestros impulsos. El escritor chileno Rafael Gumucio ha dicho en más de una ocasión que con el fin del comunismo y de la iglesia la culpa se ha acabado en nuestra sociedad y que buena parte de la crisis actual, sobre todo la económica, se debe precisamente a la falta de ese sentimiento. Es probable que ni el comunismo ni la iglesia estén tan finados como dice Gumucio, pero también es probable que muchos de los que se liberaron pronto de ese sentimiento de culpa están viviendo como dios a costa del sufrimiento de los otros.

XPIENSO ENx lo uno y en lo otro y me pregunto: ¿Qué pasaría si en vez de concederles a los poderosos el beneficio de la duda les concediésemos a ellos y a nosotros el beneficio de la culpa? A lo mejor si nos replanteamos el comportamientos general que hemos tenido en estos últimos años nos empiezan a ir las cosas bastante mejor. Quizá si empezamos siendo cada uno de nosotros mucho más exigente podemos terminar siendo todos mucho más responsables. Por ejemplo, si la corrupción es hoy una pandemia que todo lo invade y todo lo pervierte, por qué no empezamos por no votar a los corruptos. Y por qué no continuamos luego con el combate contra las desigualdades social y económica, los paraísos fiscales, la financiación de los partidos y el largo etcétera.

Hoy hace justo dos semanas que fuimos a votar, en unos meses volveremos a ser convocados a las urnas. ¿Qué les parece si, devuelto lo robado y puesto a cada uno en su sitio, aprovechamos para reconstruir la casa sirviéndonos únicamente de lo mucho bueno que tenemos y le echamos la culpa a la vaquita?