El mercado laboral extremeño se comporta de forma cíclica con respecto al empleo. En los años previos a la crisis, de 2002 a 2008, el PIB en la región aumentó una media anual del 3,3% y se crearon unos 55.000 empleos alcanzando el máximo de 419.000 ocupados en el tercer trimestre de 2007. Durante la crisis, de 2009 a 2014, el crecimiento del PIB fue negativo y se destruyó gran parte del empleo creado en el período anterior, el número de ocupados bajó a 355.000 en 2014 y aumentó el número de parados en 64.000, más que el número de empleos perdidos, que evidencia la incorporación de nuevos trabajadores que el mercado no logra colocar. Es a partir de 2014, con el crecimiento del PIB por encima del 2% medio anual, cuando se empieza a crear empleo con 388.000 ocupados en el tercer trimestre de 2018 pero sin recuperar el máximo de 2007.

La situación actual es una economía regional con un paro del 22% en el tercer trimestre de 2018, el más alto después de Andalucía, Ceuta y Melilla, y que presenta una tasa de actividad del 55% (relaciona la población ocupada o en paro, con la población en edad de trabajar) inferior a la media nacional, variable que condiciona el crecimiento económico a largo plazo de una economía.

Además, se comporta al revés de lo esperado, aumentó durante la crisis retrasando la jubilación de muchos trabajadores al tener algún miembro de la familia en paro, como puede verse en el aumento de la población activa mayor de 55 años en unas 22.000 personas, y bajó durante la recuperación, en particular, la población activa entre 16 y 24 años bajó unas 9.000 personas posiblemente para formarse mejor y la de entre 25 y 54 años en unas 21.000 por la posible migración. Igualmente, existen otros factores estructurales como es el paro tecnológico por la automatización de nuestra industria, se gana competitividad, pero expulsa a trabajadores, como se ve en el aumento de los parados de larga duración de 23.000 parados antes de la crisis hasta 87.000 en 2014, bajando a los 67.000 en los años siguientes a la crisis, o la alta temporalidad que presenta la región que genera precariedad, pérdida de productividad y aumento del paro. Durante la crisis, la media anual de contratos temporales fue de 469.000 y durante la recuperación, lejos de reducirse al mejorar la economía, aumentó hasta los 643.000 contratos temporales en 2017.

Estos factores demuestran que la economía regional es vulnerable a los shocks impidiendo que en sus fases expansivas logre crear empleo a mayor ritmo que el destruido durante las fases recesivas. La tasa de paro regional debería converger hacia la nacional del 15% y para ello necesitaría unos 74.000 empleos. La convergencia real, primero, disminuiría la fuga de trabajadores hacia comunidades autónomas con tasas de paro inferior a la media nacional, estas suplen el déficit de trabajadores con el aumento de la productividad, que provoca el aumento del salario, convirtiéndose en polos de atracción de mano de obra de regiones con elevadas tasas de paro como es el caso de Extremadura. Y segundo, paliaría el problema demográfico de la comunidad que, junto con un saldo vegetativo negativo y unas proyecciones de población no muy halagüeñas (según el INE el crecimiento demográfico será negativo de un 7% para el período 2018-2033, con menos del millón de habitantes), impide que alcancemos una masa crítica de población que atraiga inversiones.

Si comparamos ocupados y PIB regional en 2017, un empleo equivale a 50.000 euros, ahora si lo ponemos en relación con las importaciones interregionales y exteriores en ese mismo año, casi 6.500 millones de euros, vemos que en la región se pierden 130.000 empleos que se crean en otras comunidades y países. En base a esto, una opción de política económica para crear empleo sería analizar qué bienes y servicios compramos de otras regiones y países para examinar la conveniencia de aproximar una política de sustitución de importaciones, con incentivos fiscales y de otros tipos, para fomentar el desarrollo de industrias locales de estos bienes. Si bien esta política tiene sus riesgos, al provocar el aumento de los precios regionales y pérdida de competitividad, merece la pena reflexionar lo que vale un empleo en la región.