Los jamones de la Denominación de Origen Dehesa de Extremadura son protagonistas de las comidas y cenas de Navidad. Por eso el consumidor debe ser consciente de los rigurosos controles a los que se somete cualquier pieza amparada por su consejo regulador. Ganaderos e industriales realizan una gran labor. Un jamón Dehesa de Extremadura requiere un cerdo ibérico mimado en el campo y criado en extensivo. En la fase final de cebo, los veterinarios verifican el aforo, el número de cerdos correcto, de la finca donde se cría. Cada uno de los ejemplares se identifica de forma que solo salen al campo los que tienen el peso idóneo. Los controles de Dehesa de Extremadura son muy estrictos en montanera: los cerdos tienen que comer bellota y hierba, de lo contrario no serán certificados. En el matadero se auditan todas las matanzas sin excepción. El veterinario verifica los precintos que están controlados por la DOP. También se verifica el sistema elaboración artesanal, auditando a la industria para comprobar la salazón, el postsalado, los secaderos naturales, la bodega y los tiempos de curación. Pasado el tiempo de curación, el industrial tiene que solicitar el etiquetado de los jamones y paletas antes de que se vayan a vender. Los técnicos auditores entregan las etiquetas justas y están presentes durante el proceso de etiquetado. Una vez acabado el proceso es cuando el industrial le pone su marca propia.

«Los cerdos ibéricos necesitan entre 3-4 hectáreas para su correcto desarrollo. A eso hay que sumar los años de curación (2 en el caso de paletas y 3-4 en jamón). Por eso siempre digo que tenemos un producto excepcional, con un buqué único en el mundo», explica Álvaro Rivas, director técnico de la DOP Dehesa de Extremadura. Habitualmente se certifican 25.000 cerdos al año, lo que se traduce en 50.000 jamones y paletas amparados por la DOP cada temporada.