ENERO
Normalicemos la igualdad
La igualdad de la mujer es un derecho tan incontestable que no precisa confrontaciones estériles
María Hernando hizo historia el pasado enero. Esta periodista de 27 años fue la primera mujer en enfundarse el traje del mítico Jarramplas, que no es cualquier cosa. El legendario personaje de Piornal recibe cada año por San Sebastián una lluvia de miles de kilos de nabos. Y María demostró que una mujer puede resistir con una fortaleza inquebrantable los embates de una multitud. «No es físico, está en la mentalidad que quieras y pienses que puedes hacerlo», declaró a este diario. Efectivamente, la fuerza mental de las mujeres les está permitiendo saltar barreras que durante siglos habían estado vedadas al género femenino. Hay muchas ‘Marías Hernando’ en la vida diaria, en cada casa, en cada oficina, en cada familia, en cada colectivo... Y gracias a todas, parte del mundo comienza a ser más justo. Otra parte aún vive en la más absoluta desigualdad.
En el tema del feminismo no podemos permitir que los árboles no nos dejen ver el bosque. Como siempre la virtud está en la templanza. Llegados a este punto, al menos en Occidente, la causa no necesita estridencias que desvíen el objetivo, ni disonancias que den pábulo a los sectarios. La igualdad de la mujer es un derecho tan incontestable que no precisa confrontaciones estériles, ni poner un género por encima, ni otro por debajo. No requiere que se censuren fotos en bikini, ni que desde ciertos ámbitos se nos considere a todas víctimas irremediables. No al menos en este país. Eso suena más bien a tiempos rancios cuando no nos creían capaces de recorrer un camino lleno de amenazas y debían acompañarnos en la vida. Ya vamos solas, con la cabeza alta. No se trata de cambiar la tutela del hombre por la de políticos que a veces ven en esta causa tan digna otro filón que explotar. Normalicemos este nuevo año la igualdad.
Y siempre, siempre, deberíamos tener presentes a las verdaderas heroínas de este movimiento: las madres y abuelas nacidas en la primera mitad del siglo XX que, educadas en un rol de siglos, supieron romperlo y dar a sus hijas y nietas una libertad insólita. «Tú estudia», «Tú no aguantes lo que no quieras aguantar», insistían. Ahora nos toca hacerlo con las víctimas reales que siguen sufriendo el machismo en este y en otros países, donde se viven auténticas atrocidades. Queda mucho camino, no nos detengamos en los árboles del bosque.
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