La Administración de Estados Unidos puso ayer a trabajar toda su maquinaria para tratar de controlar los efectos que la trama terrorista desarticulada en Londres pudiera tener en la opinión pública del país. Lo primero fue intentar transmitir a los ciudadanos un mensaje de calma, una tarea que recayó en Frances Fragos Townsend, la asesora de seguridad interior del presidente, George Bush.

Townsend pasó la mañana de televisión en televisión concediendo entrevistas con un solo mensaje: "La gente debe sentirse segura respecto a los viajes por todas las precauciones que hemos tomado --repetía--. Estamos estudiando las conexiones entre los organizadores detenidos en el Reino Unido y cualquiera en EEUU, pero no tenemos ninguna prueba de que haya aquí amenazas ni células activas".

Mientras Charles Allen, jefe de espionaje del Departamento de Seguridad Interior, aseguraba a la revista Time que "no hay convencimiento de que la trama de Londres esté vinculada a los altos mandos de Al Qaeda", Townsend utilizaba palabras clave para convertir lo ocurrido en arma política.

"Los terroristas pretendían otro 11-S", dijo la asesora de Bush, dejando clara la intención de la Administración de explotar el potencial político del éxito de la operación a solo tres meses de las elecciones.

Como demostró la derrota esta semana en las primarias demócratas del senador Joseph Lieberman, la guerra de Irak --a la que se oponen un 60% de los ciudadanos-- puede ir contra los republicanos en las urnas. Pero la denominada "guerra contra el terror" es su punto fuerte.

EN CAMPAÑA Quizá el ejemplo más contundente de la utilización política del terrorismo que se avecina la dio Dick Cheney. El vicepresidente fue informado antes del jueves sobre los pasos que estaban preparando las autoridades en el Reino Unido. Menos de 24 horas antes de que se desarticulara la trama, aseguró que los demócratas --con su rechazo a la guerra-- estaban enviando un mensaje que podría envalentonar a grupos o personas "tipo Al Qaeda".