El restaurante Los Arcos, en la localidad coruñesa de Betanzos, estaba ayer a reventar. No servían comida. El único plato era Alfredo Pérez Rubalcaba, que dio comienzo a sus actos en miniatura, pensados para llevarle a pequeños pueblos a los que ningún candidato socialista --ni popular-- iba en campaña desde hacía décadas. Tuvo otros dos como este, y repetirá la experiencia mañana en Andalucía.

Acostumbrado a verlo tras la mesa del Consejo de Ministros, o en una cumbre, resulta chocante que esté aquí, micrófono en mano y subido a un palé pintado de rojo, ante poco más de 100 personas. Pero la estrategia casa bien con su empeño de transmitir cercanía --"poneros aquí; a mi lado", pidió el candidato--, y apelar a los sentimientos. El mensaje resulta más creíble en pequeño formato.

"¡Da caña!", pidió una mujer. "Vamos a llegar a un acuerdo. Yo me encargo de la caña y tú de convencer a unos cuantos vecinos de que me voten", dijo Rubalcaba. Lo que pide el candidato es "un esfuercito". "No --se corrigió él mismo--. Os pido un esfuerzote. Quedan pocos días y hay mucha gente que nos votó y ahora no saben qué hacer".

"¡Sí, pero esos no son socialistas!", insistió otra asistente. "Algunos sí", repuso el exvicepresidente.

Y de que decidan acudir a las urnas depende que el 20 de noviembre no quede fijado en el calendario socialista como una de las fechas más tristes de su historia. Por eso, ayer, en Betanzos, Rubalcaba tuvo que subirse a un palé, micrófono en mano.