Pelín se jacta de haber sido el inventor de un instrumento musical del que dice que tomó como base para su aportación al arte de las musas la botella de anís del Mono que, convenientemente vaciada, mediante frotación o raspado emitía algo así como una melodía o estribillo sonoro ideal para acompañar villancicos, jotas o cantos baturros. Lejos de mí el cuestionar a Pelín y mucho menos preguntarle cuánto tiempo tardaba en vaciar la botella de Anís del Mono (porque se hacía de ella llena) y sí ese invento conviene añadirlo a otras tantas aportaciones que modestamente considera invención suya. En sucesivas catas Pelín investigó qué botella era la apropiada para su invento; dudaba entre el Mono y las Cadenas, de finísimo paladar, y descartó al anís de la Asturiana, Machaquito, Chinchón, Cazalla y Rute. 

De esa labor de investigación le quedaron recuerdos imborrables, siendo reseñable aquel día en que me contó que gracias al trabajo había ligado con una francesa de la que todavía recordaba su nombre: Marie Brizard. Al hilo del instrumento musical y como consecuencia de sus investigaciones también se atribuye Pelín la creación de una bebida que denomina ‘Sol y sombra’ consistente en mezclar, nunca agitar, media copa de anís y media copa de coñac, combinación que tomaba a primera hora de la mañana como si fuera elixir o poción mágica de Obelix antes de incorporarse a su trabajo municipal. Aquello sí que era un maridaje perfecto, ejemplo de gastronomía sostenible, pues solía acompañarlo con un par de porras a falta de churros. Que quieren que les diga, ante una buena copa de pacharán, orujo o sol y sombra que se quiten esas bobadas con botánicos, pepino, reducciones de alcohol, probetas, sopladores o aperitivos veganos ¡qué horror! Dice Pelín que entonces era feliz fumándose un farias, tomándose un ‘sol y sombra’ y haciendo tañer la botella de anís a los acordes de ‘El mono pasa’... pero no era el mono, era el cóndor, Pelín, era el cóndor, el que como los recuerdos, pasaba.