Tengo un amigo que recuerda su primer tatuaje aunque han pasado muchos años desde que lo tuvo: «Fue en la espalda y tenía silueteada la zapatilla de mi madre». El moratón le duró un par de días pero era de esos tatuajes familiares y temporales que nunca se olvidan. Hoy en día las madres ya no los ponen. Los tatuajes que veo en futbolistas son horribles, cutres y sucios, emborronan la piel sin saber a cuento de qué. Si yo fuera Don Mendo diría que son tatuajes enigmáticos, epigramáticos y áticos y gramáticos y simbólicos y aunque los veo flemático a mí lo hiperbólico, que quieren que les diga, no me resulta nada simpático y, ainda mais, convierten la piel de algunos deportistas en esbozos macarras. 

Los futbolistas con tatuaje deberían llevar manga larga, como los cocineros, camareros, guardias civiles y dependientes de Mercadona. Más allá del pudor está el buen gusto y hay impresiones horribles, que quieren que les diga. Mi padre tenía un amigo que había sido legionario y junto a la señal de la vacuna en el brazo, que ese era tatuaje redondito y de por vida, tenía un corazón y el lema ‘Amor de madre’ pero no iba enseñándolo por ahí y solo en verano nos dábamos cuenta. Aquel amor de madre era un tatuaje digno, de los que cada vez hay menos. Que una cosa es tatuaje adolescente y otra la de un legionario. 

Cada cual sabrá por qué se pone un tatuaje y solo a su portador le toca valorar la conveniencia de hacerlo y de enseñarlo, porque si lo llevas discreto, me abstengo de juzgar intenciones. Pero si te sale un ramalazo por el cuello y te llega hasta la nuca bordeando la oreja, eso, eso es digno de mención porque creo que persigues llamar la atención, ir a la moda que tú llamas 'body art' y yo resumo como adefesio. Y es que sobre la afición a decorarse el cuerpo se pueden leer múltiples teorías pero en general estarán de acuerdo conmigo en que esas ilustraciones corporales a la mayoría de los futbolistas no les quedan bien y no son signos distintivos de nada. O quizá sí, denotan la tontuna de quien los lleva.