“¿Qué fue antes: la gallina o el huevo?”. Quizás esa pregunta que nos hacen de pequeñas es la primera cuestión científica que se nos plantea en nuestra vida (spoiler: fue el huevo). Creciendo, jugamos a ser un científico loco. ¿Y la científica? No es un modelo que hayamos conocido. 

Precisamente este pasado 11 de febrero, con motivo del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, la UPV (Universidad del País Vasco) lanzaba el vídeo “No es una percepción”. En él se aportaban los siguientes datos: en toda su historia, desde 1901, los Nobel han premiado a 581 hombres y a 18 mujeres. En Física han sido galardonados 205 hombres y dos mujeres; en Medicina se ha reconocido a 202 hombres y 12 mujeres; y en Química han premiado a 174 hombres y cuatro mujeres. Amplía esta campaña el Cuaderno de Cultura Científica de la misma universidad, que se remite a un estudio del Pew Research Center en el que se pone de relieve cómo las mujeres que se dedican a la ciencia, la tecnología, la ingeniería o las matemáticas perciben el lugar de trabajo como un entorno diferente, en ocasiones más hostil, que el de sus compañeros masculinos. También detectan con más frecuencia discriminación y acoso sexual y piensan que el ser mujer representa más una desventaja que una ventaja para el éxito de sus carreras. Todos estos puntos se identifican con el llamado ‘Efecto Matilda’, término acuñado en honor a la sufragista y abolicionista Matilda Joslyn Gage, que hacía referencia a él en su ensayo La mujer como inventora. Se refiere a la falta de reconocimiento hacia las mujeres científicas, cuyo trabajo y méritos se ha atribuido a menudo a sus colegas masculinos.

Esto lo plantea también el vídeo: “La pregunta es ¿por qué? Se buscan explicaciones históricas, dicen que las mujeres todavía no hemos alcanzado la suficiente relevancia”. A continuación pone algunos ejemplos de mujeres que bien podrían haber recibido un Nobel: Lise Meitner, que descubrió la fisión nuclear; Chien-Shiung Wu, quien refutó la ley de conservación de la paridad en la energía nuclear; Esther Lederberg, que aportó decisivamente a la genética microbiana; o Dottie Thomas, que desarrolló la técnica para el transplante de médula ósea. 

¿No hay grandes mujeres en ciencia o quizás la historia y la narrativa predominante se han olvidado de ellas? Valgan estas líneas para sembrar la curiosidad y las ganas de saber más y las páginas que vienen a continuación para conocer a cinco mujeres extremeñas que trabajan en ciencia e investigan día a día para mejorar nuestra calidad de vida. Ellas son: Elena Pinilla Cienfuegos, investigadora en nanotecnología; Ana Beatriz Rodríguez Moratinos, bióloga e investigadora de la UEx; María Bravo, veterinaria y primera tesis doctoral industrial en Extremadura; Alejandra Palomino Antolín, bióloga e investigadora en HealthTeach180; y Antonia López González, médica e investigadora de enfermedades tropicales.