Hay dos años definitivos en mi maduración como mujer que ha dedicado su vida a la comunicación en Extremadura: el bienio en que tuve el honor de dirigir este periódico, entre 1998 y 2000. Hoy miramos con condescendencia -y algo de ironía- aquellos tiempos que precedieron al año 2000. Se nos aparecieron teñidos de tintes casi apocalípticos y con anuncios, luego incumplidos, de pavorosos fiascos informáticos. Este periódico puso alto el listón en el terreno de las nuevas tecnologías en unas instalaciones que en esas fechas estrenamos gracias al excelente trabajo desarrollado por mis predecesores.

Fueron tiempos más que interesantes, con sus luces y sus sombras, pero que me enorgullecen porque llegué al 2000 -dígitos para el cambio de siglo- como directora, pero sin olvidar nunca mis primeros tiempos como corresponsal de este mismo periódico en Villanueva de la Serena y Don Benito, a finales de la década de los 80.

Sí, fui la primera mujer

directora de un periódico en Extremadura, salida además de las entrañas de una redacción que, como la mayoría de las empresas de este país, se había ido feminizando lentamente y en silencio sin hallar equivalencia en la incorporación de las mujeres a sus puestos directivos.

Veinte años más tarde

de mi paso por la dirección de El Periódico Extremadura, la presencia de las mujeres en los puestos directivos de los medios de comunicación sigue sin llegar al 20%, igualándose en esto al resto de sectores productivos en los que las mujeres no suelen ver culminadas sus brillantes carreras profesionales con el reconocimiento empresarial de su valía.

La presencia de las mujeres en los medios de comunicación no puede ser una anécdota ni un espejismo. La historia de este periódico es también la historia de todas aquellas mujeres que contribuyen con lo mejor de su trabajo a elaborar la crónica diaria de la vida de los extremeños. La visión que aportan las mujeres es imprescindible para diseñar el mundo del futuro.

Si mi madre viviera cumpliría este año 95. El día, ya lejano, de mi nombramiento me recordó -de la forma que sólo lo saben hacer las madres- que había nacido en el mismo año que El Periódico Extremadura y en esta bendita tierra también. Pertenecía, según me explicó, a la Generación del Silencio y ocurrió en el transcurso de una discrepancia de las que se tienen cuando se llega a la adolescencia: «nos mandaron callar nuestros padres, nos mandaron callar nuestros maridos y nos mandan callar nuestros hijos». Fue una hermosa lección, la de una mujer que nació en los tiempos de este periódico y que me descubrió que yo ya no pertenecía a la Generación del Silencio y que además abrazaba la libertad de expresión.

Por todas esas mujeres,

las que se vieron obligadas a callar continuamente, merece la pena romper techos de cristal y salvar barreras por duras que sean. k