En la entrada de Tikrit, un infantiloide mural de estilo naíf muestra, en una especie de arco del triunfo, a un Sadam Husein victorioso, a caballo, dirigiendo a sus fedayines hacia, se supone, la victoria. Bajo el arco, un marine montaba guardia ayer. Nada es ya lo mismo en la ciudad natal de Sadam.

Tikrit es un gigantesco museo de Sadam. De cada farola de la larga avenida de entrada a la ciudad cuelga una fotografía del dictador. Sadam con su sombrero disparando su fusil. Sadam con una pistola. Sadam luciendo kafiya . Y también hay gigantescos murales cada cinco metros, lo que crea una imagen curiosa: Sadam envejece en las fotos, pero es un apuesto joven en los murales pintados. Ya se sabe, la megalomanía de los dictadores.

Aunque para megalomanía, la del complejo presidencial. Una ciudad dentro de Tikrit. "¿Español? Entonces es un amigo", dijo ayer a las puertas del palacio el mayor Harper, de la Primera Compañía de Armamento Ligero de los Marines. Tal vez por ello, accedió a que dos marines sirvieran de guía por uno de los ocho palacios que forman el complejo presidencial de Tikrit. Grifos de oro, mármol italiano de todas las clases, grandes estancias, suntuosas lámparas...

CONTRASTE

Un lujo inimaginable que contrasta con la pobreza de las casas que hay al otro lado de la carretera. "Bastardo", murmuraba un bagdadí que entró al palacio junto a la prensa. Su cara decía más que sus palabras. No podía concebir que ése era el palacio más pequeño del complejo, y que si había siete más es para que nadie supiera nunca en cuál dormía Sadam.

Y el contraste alcanza vistas obscenas si se visita la zona de chabolas de Awja --el pueblo anexo a Tikrit en el que nació Sadam-- donde pasó su infancia el desaparecido rais iraquí. Se trata de una zona deprimente a orillas del Tigris. A dos kilómetros está la escuela Ouaynat, dos casuchas en las que Sadam inició sus estudios. Allí ahora sólo hay pupitres de madera amontonados por los soldados iraquís que huyeron como civiles. Entre lo que dejaron atrás, unas etiquetas de granadas GP-6501. Fabricación británica.

"Nosotros hemos subido desde Kuwait y ésta ha sido la ciudad en la que hemos encontrado un recibimiento más hostil. En Tikrit tienen mucho que perder con el cambio de régimen", dice el mayor Harper a las puertas del complejo, donde los marines han instalado su base.

TIKRIT, EN CALMA

"El régimen se preocupaba sólo de Bagdad; no han cambiado las cosas", discrepa Ibrahim, el dueño de un restaurante. La ciudad está en calma, rodeada de controles y tomada por unos mil soldados. Casi no ha habido saqueos y los marines dirigen el tráfico.

En la cabeza de un retrato de Sadam, en el centro de la ciudad, alguien ha dibujado una diana. La carretera de Bagdad a Tikrit es una caravana de tanques, blindados, excavadoras y helicópteros Black Hawk que forman una coreografía militar que atrapa sin remedio la atención.

"Hemos encontrado armas y municiones en hospitales. Cada media hora podrán oír explosiones de armamento que destruyen los marines", informaba ayer el mayor Harper. Niños, mayores, jóvenes y ociosos se concentran a las puertas del complejo presidencial, donde los marines montan guardia. En su interior, los soldados se relajan consultando internet con sus teléfonos satélite y limpian sus armas con esmero. Algunos iraquís se sientan entre los marines en sofás azules ribeteados de oro.

Tal vez sean algunos de los 50 policías a los que están entrenando para que trabajen con los marines. "Nos resulta difícil elegirlos y que confíen en nosotros", explica Harper. Tal vez por ello, sólo nueve, vestidos de paisano, pueden verse en Tikrit. "Uno de los problemas es que muchos de ellos dicen ser coroneles, tenientes o capitanes y no entienden que eso ya no sirve", añade el marine. Nada es ya lo mismo en la ciudad natal de Sadam.

EL MIEDO DE LOS PARIENTES

Mientras mandaba Sadam, a la zona de Owja en que nació el rais iraquí sólo podían acceder sus familiares. El resto de habitantes del pueblo lo tenían prohibido. Ahora las tornas se han cambiado, y los parientes de Sadam se saben en el punto de mira. Ayer, quisimos hablar con el conductor de una furgoneta. Imposible. Era un pariente lejano de Sadam que no quería hablar con nadie. "Tienen miedo", dijo nuestro traductor. Los que antes tenían privilegios ahora no tienen medios con los que huir, y temen por su vida.