TNti por asomo. No tenemos mínima idea de quién bautizó con el sintagma inglés esa piedra de forma caprichosa. El caso es que quien fuese le sacó parecido a un toro, y si además era inglés o americano, pues ya está el bautizo. Nos da lo mismo. Vamos a ver qué vimos en ese paisaje.

A lo largo de nuestra ya provecta vida hemos visitado ese paraje incontables veces. Antaño, a tomar el fresco en las cálidas noches de verano; luego, a ver repetidas veces el Lavadero para enseñárselo a unos y otros. Una vez escuchamos a F. Umbral, allí mismo, disertando sobre arte y pintura. Fuimos a la pesca de la tenca; chascamos de esto y aquello con C. Pazos y pegamos la hebra con C. Moriche sobre perros y conejos. Qué sabemos acá: barrueco, berrueco, barocco, barbara, felare, darii, ferio- La vida rodando entre silogismos y cancheras de granito.

He aquí que allí, meros unos cuantos pasos, en dirección sur-sureste, un mundo entero de restos milenarios. Hay tumbas antropomorfas por doquier. JG nos cuenta y enseña las huellas, en forma de oquedades misteriosas, que el homo neolítico labró en la base de algunos canchos ciclópeos. Goyo nos lleva a una escalera labrada en la peña, ¿es escalinata de ara sagrada o simplemente una facilidad para subir a la atalaya del peñasco?

Nosotros miramos, oímos, fotografíamos y dejamos a los prácticos que comenten sobre esto y aquello. A nosotros, los de canana y escopeta, se nos van las mientes fácilmente cuando vemos el rascadero de un conejito o cuando pasa, fugaz, el vuelo de una torcaz. ¡Esta condición atávica!

El paraje tiene un pálpito ineluctable: Hay ruinas milenarias por acá y acullá, y la acción de los elementos nos ofrece caprichos de granito que, si muchas veces vistos, no por ello cansan. Peñas caballeras de inexplicable equilibrio, abundantísimos tafonis, amplias oquedades en el mismo corazón de las piedras, el susurro de los siglos y el callado encanto de los testigos eternos de la vida.

Ese es el problema. Las piedras de nuestros antepasados siguen ahí, por más que el maltrato de las generaciones atenta contra ellas, pero nuestros padres romanos, nuestros ancestros y antepasados seculares- ¿dónde están? ¿ubi sunt? Deambulamos por el monte de granitos, barzal y pasto en una mañana templada del mes de junio. El cielo estaba nublado a medias y el calor, insoportable otros años en estas fechas, nos ofrecía el respiro aún de poder caminar sin agobios, calorinas ni solajeras. No tardará mucho en caer, sobre estos campos, el martillo candente de la tórrida estación inminente, y a ver quién ronda entonces por ruinas y recuerdos bajo tan impío sol de justicia.

Acérquense. Ya saben que está ahí cerca, a tres o cuatro leguas; mirando hacia el sol cuando va camino de poniente. Y dispensen que, en estos tiempos zaragateros y salobres, atiborrados de preocupaciones y desasosiego, nos dediquemos, en vez de recargar con rabia el tambor del revólver, a mirar y remirar el paisaje que nos circunda, a huir del presente y a evocar el remoto pasado. "Habrá que callar, por más que con la frente-". Siempre Quevedo.