Había una vez un burro que se llamaba Camilo . El pollino deambulaba famélico por el sur de la capital cacereña hace dos años hasta que fue recogido por los voluntarios del Refugio San Jorge. Como no había transporte posible, atravesaron la ciudad en un periplo de cuatro horas a pie hasta el hospital de la Facultad de Veterinaria, donde comenzaron sus cuidados hasta acabar felizmente en la sede pacense del Donkey Sanctuary (Santuario del Burro).

Como Camilo , muchos animales son dejados a su suerte. La asociación Proyecto Animalista por la Vida, que hace cuatro años se hizo cargo de la perrera cacereña bautizándola como Refugio San Jorge, pronto comprobó que los abandonos no entienden de especies. Poco a poco se ha tenido que responsabilizar de caballos, de ovejas, de una piara de cerdos e incluso de un loro. Cada animal tiene sus necesidades y el colectivo multiplica sus esfuerzos para mantener a todos de forma digna tanto en el propio Refugio (situado en las traseras de la Facultad de Veterinaria) como en distintas fincas que les permiten utilizar para estos fines.

El colectivo no quiere improvisar, sino crear una organización que le permita atender cada caso y darle una solución, sobre todo a las especies que no entran dentro de las acogidas habitualmente (perros y gatos). Por ello, y al margen del Refugio, proyecta crear un santuario a semejanza de los que ya existen en Europa y también en España, donde los animales se mantienen hasta su muerte con los cuidados que necesitan.

La situación lo hace conveniente. "Aunque hemos percibido alguna mejora, el índice de abandono sigue muy alto, pero también hay gente que ayuda y existe un buen ritmo de adopciones. El problema es que si salen dos perros adoptados, entran cuatro abandonados", lamenta Laura Varaldi, responsable del Proyecto Animalista por la Vida y del propio Refugio. "Sin ir más lejos, durante los últimos días hemos recibido nueve galgos, y en un solo domingo de enero han entrado seis perros", lamenta.

Las llamadas al Refugio son continuas. "Recogemos muchos animales, no solo en las calles. La gente nos cuenta mil excusas: que se tienen que ir a trabajar fuera, que no se pueden hacer cargo, que el dueño es muy mayor... Sabemos que en muchos casos no es cierto, pero nos da pena y acabamos haciéndonos cargo", explica Laura Varaldi.

El Refugio mantiene un índice de ocupación de 80-90 perros y 40-50 gatos. Literalmente a tope. Pero además, los voluntarios reciben avisos frecuentes de otros animales: "Hay caballos en mal estado, abandonados, atropellados... Hemos visto de todo, uno de los casos que más nos ha impactado últimamente ha sido el de una yegua cerca del vertedero con una pata gangrenada. En la Sierrilla había otra yegua con potros a los que no alimentaban, y cuando empezaron las averiguaciones uno apareció muerto y los otros se esfumaron", relata la responsable. "Nos gustaría que todo estuviese más coordinado para solucionar cada caso, pero resulta difícil", confiesa.

De hecho, acaban de hacerse cargo de tres caballos abandonados en el hospital veterinario, donde nadie pagó sus cuidados. Hace poco también se quedaron con otro que ya iba camino de un matadero. El cuidado de los equinos siempre resulta complicado: los voluntarios deben pedir favores para utilizar fincas privadas y financiar su manutención.

Por si fuera poco, además del centenar de perros, del medio centenar de gatos y de algunos caballos, hace pocos meses se han incorporado dos nuevas especies con sus particularidades: tres ovejas, que han procreado hasta formar un pequeño rebaño, y doce cerdos, que afortunadamente están castrados y no amenazan con otra piara. Pertenecen a una mujer que por circunstancias de la vida tampoco podrá cuidarlos por algún tiempo, y los voluntarios no quieren entregarlos a nadie que no garantice que su final no será gastronómico.

El personal del Refugio se traslada cada día a la parcela donde están los animales. Solo los cerdos comen un saco de 40 kilos de pienso cada cuatro jornadas. "Confieso que no tenía ni idea de sus cuidados, pero cuando los tratas son animales hasta divertidos, buenos e inteligentes", cuenta Laura, que se disgustó el día que desaparecieron cuatro lechones.

"Por ello queremos un lugar para tener a los animales controlados y seguros. Nuestra idea es crear una especie de granja escuela donde la gente pueda ir a conocer estas especies", explica. El colectivo ya ha trasladado la iniciativa a algunas instituciones porque necesitaría un terreno donde hacerla viable.

Mientras se concreta el proyecto, hasta el refugio siguen llegando nuevos inquilinos. Los últimos, tres perros, un gato y un loro pertenecientes a la anciana hallada muerta en su domicilio de la avenida de la Bondad. Los animales ya están recibiendo los cuidados que necesitan y el loro ha encontrado acomodo en una jaula de conejos hasta que le compren una adecuada. Todos esperan un nuevo hogar. La adopción es muy sencilla. Basta con llamar al teléfono 622 70 76 25.