Pretender que las instituciones solucionen el problema del ocio juvenil es como intentar ponerle puertas al campo. Porque se trata de un problema social originado por una cultura muy arraigada en nuestro país, la del alcohol, una legislación permisiva y la dimisión de muchos educadores ante sus responsabilidades. Con motivo del Womad se pudo comprobar que a muchos jóvenes no les interesaban las actuaciones y se reunían para hacer botellón en los lugares en los que no se celebraba ninguna. Otros muchos bajaban a la plaza cuando ya habían concluido los actos, cargados, eso sí, con bolsas repletas de bebidas. Un bar organiza conciertos de jazz los jueves que gozan de buena asistencia. Al lector no le sorprenderá saber que algunos se apuestan en la calle con la bebida en la mano ignorando a los concertistas.

La inclusión de actos culturales en el hípico antes de las doce puede ser una muestra de buena voluntad pero me temo que no cumpla con su objetivo. ¿Cuántos jóvenes, en el Cáceres estival, asistirán a un concierto o a una exposición antes de medianoche?

Es posible que alguna conciencia se tranquilice pensando en el perfil cultural del hípico pero la realidad es que a partir de las doce de la noche tendrán ocho o nueve horas para ingerir alcohol y fuera de él seguirá el botellón . Llevamos muchos años con el problema a cuestas. Un problema del que hablamos a nuestros jóvenes en los medios de comunicación, en los centros educativos, en asociaciones y, quiero creer, en muchas familias sin éxito.

No sé si es que no nos atienden, si no nos entienden o si nosotros no los hemos entendido. Aunque quizás la cosa sea más sencilla. Los hemos educado para esa clase de diversión.