Don Justi era el capellán de las Carmelitas. Decir Carmelitas es decir niñas, algunas un poco pijas. Le gustaban las matemáticas y además le daba clases particulares a nuestro compañero Martín Piñón.

Decidimos consultar nuestras dudas sobre las integrales a don Justi. Vivía frente al colegio, en una casa construida sobre la muralla y disponía de un palomar donde gozar de unas vistas inigualables. Se divisaba casi todo el patio de las monjas y muchas aulas.

Mientras el cura se enredaba con los números, nosotros no perdíamos de vista las ventanas de las clases. Estaban abiertas, pues las chicas sabían de nuestra presencia y ese detalle probablemente les elevaría la temperatura. Esto facilitaba las relaciones porque a través de ellas entraban algunos de los mensajes que enviábamos. Escribíamos un papel y con una goma que actuaba como catapulta lo dirigíamos a su destino. Ellas nos respondían a través de nuestras hermanas, también alumnas carmelitas.

Don Justi no era tonto y tan pronto se dio cuenta de la estrategia se convirtió en nuestro consejero. Le daba mucha importancia a la forma de andar. Y nosotros que nos fijábamos en cualquier cosa excepto en eso. El día de Santa Cecilia nos invitaban a la fiesta que celebraban en el jardín. Qué emoción y qué vergüenza.