Si los profesores están hartos de la enseñanza, imagínense cómo estarán los encerados, porque hay que ver lo que se escribe en ellos. Por mucha limpieza que se haga en los centros siempre te los encontrarás llenos de letras al entrar en clase. Podían haber inventado algún borrador automático. Podrás leer elogios al Real Madrid o al Barsa, alusiones a la disoluta vida de tu madre y a la bravura de tu padre, la fecha de un examen o la de la excursión de fin de curso. Incluso puedes conocer el apodo que te han puesto, que si fuera de otro te parecería oportuno y certero pero siendo el tuyo te parece una grosería. Por ejemplo, a Encarni la llaman la Currutaca , que no sabes lo que significa pero hay que ver lo bien puesto que está.

Los profesores también llenan el encerado de nombres raros, fechas y números. Algunos completan dos encerados. ¿Habrá alguien con tanta información y tan interesante como para llenar dos encerados? Los alumnos son más prácticos, pues en el examen resumen esa información en tres líneas. El encerado es lo mejor de la enseñanza. Mejor que los profesores, los alumnos, los ministros y hasta que Marchesi. Porque los profesores se trasladan o jubilan y los encerados permanecen. Los alumnos se distraen pero los encerados aguantan lo que les echen. Los ministros pasan, gracias a Dios. Y Marchesi... A Marchesi le enviaba yo a Tercero B para que se entere.

El encerado, que debió aparecer en la Edad de la Pizarra, siglos antes de la Edad de Piedra, como una nueva tecnología , es insustituible porque tiene algo que nadie ni nada ha logrado igualar: el ritmo.