La inauguración de un nuevo gimnasio en nuestra ciudad me trae a la memoria la gimnasia que practicábamos en mi infancia y adolescencia. De su calidad habla mejor que nadie la estructura corporal de los hombres y mujeres de mi época. La gimnasia se practicaba en los centros docentes, escuelas e institutos, por aquello de mens sana in corpore sano , aunque los cuerpos no es que estuvieran muy sanos debido a la escasez de alimentos y la mente menos aún por el rigor de la censura. En las escuelas estaban dirigidas por el maestro y en los centros de segunda enseñanza por militantes señalados de Falange. Recuerdo a Juanito, un hombretón tan grande como amable, a Justo y a Puig Mejías que completaban su sueldo en algún organismo oficial con esta ocupación. La verdad es que nadie se la tomaba muy en serio, ni los profesores ni los alumnos, tanto que junto a la Religión y la Educación Políti

ca, que también impartían ellos mismos, se las conocía como las tres Marías y eran las únicas que aprobaban quienes no tenían ningún interés en aprender nada. En el Insti tenía lugar en el patio alrededor del pozo si el tiempo lo permitía pues de lo contrario se utilizaba un pasillo. Ni chandal, ni zapatillas deportivas, ni sudaderas. En camiseta para dejar al aire los brazos, con las botas o zapatos y el pantalón, hasta que más tarde llegaron las playeras y las calzonas de deportes . Las niñas utilizaban pololos. Pero no era una gimnasia cualquiera, era gimnasia sueca pues algún listillo lo habría leído en un libro y dedujo que la esbeltez de los nórdicos se debía a la clase de gimnasia que hacían y la implantó aquí. En realidad consistía en formaciones en filas, leves estiramientos, saltos y carreras. Ni siquiera te producían sudores, cosa que era de agradecer pues en los centros no había duchas ni disponíamos de ropa para cambiarnos. Sin embargo no consiguió que alcanzáramos la altura ni la fortaleza ni la esbeltez de los suecos como años más tarde nos demostraron las suecas.