Cuentan que Pedro Jabato, de los Jabato con b, era terrateniente y uno de los mayores comilones de Cáceres merced a la bodega que en el siglo XIX montó en la calle Pintores esquina con la plaza Mayor y que se hizo muy popular entre los vecinos. Se dice que esa bodega estuvo abierta hasta aproximadamente el año 1900 aunque el porqué de su nacimiento se desconoce. Sí parece claro que la bodega cerró en 1900 y que hasta 1920 ese local podría haberse arrendado para abrir una carnicería o una panadería, aunque tampoco se sabe con exactitud a qué se dedicó. Lo cierto es que en 1920, un sobrino de Pedro, Isidro Jabato Candela, también de los Jabato con b, se hizo del establecimiento y abrió un comercio de coloniales y ferretería.

Isidro Jabato tenía otros tres hermanos: Félix, el mayor, que era juez; Andrés, que se quedó soltero; y Pedro, que era dentista y tenía su consulta en la plaza Mayor, donde está El Puchero. Isidro se casó con Elisa Bustamante Oyuelo, que era de familia santanderina aunque había nacido en Trujillo. Elisa también tenía tres hermanas: Carmen, que luego vivió en Ciudad Real ; Joaquina, que se quedó soltera; y Petra, que se casó con Manuel Rubio Rosado.

Fue precisamente con Manuel Rubio con quien Isidro se asoció en 1920 para instalar el comercio de Pintores. Isidro se dedicaba a los coloniales y Manuel, su cuñado, se encargaba de la ferretería.

En Jabato era muy típico comprar el café. Isidro tenía un almacén en la plaza de las Piñuelas, al que llegaba el café en grano, que luego se molía, se llevaba a la tienda y se vendía a granel, lo mismo que el aceite, que se despachaba en un aparato y te servían medio litro, o un cuarto, depende de las perras que hubiera en el monedero.

La tienda, con dos escaparates, tenía a su derecha los coloniales, con los cajones donde se guardaban las legumbres. También disponía de estanterías, donde se ponían las latas, las botellas, los chocolates, las galletas y los caramelos. A la izquierda se extendía la ferretería. Entre los dependientes estaban Antonio Suárez, Higinio Rodríguez, Antonio Lázaro, Justo y Lucio. El local tenía un pasillo y dos habitaciones al fondo que de lo profundas que eran atravesaban la barbería de Barra, dejaban atrás Mendieta y llegaban hasta Mendoza. Quizás por ello, durante el bombardeo del 23 de julio de 1937 el establecimiento sirvió a muchos cacereños como refugio.

La mantequería

Cuando entre 1952 y 1954 Manuel Rubio decidió dejar el negocio, Isidro se quedó con el establecimiento. Isidro era un clásico de sombrero, chaqueta y corbata. Si era verano, llevaba trajes de mil rayas, que eran muy fresquitos, si era invierno: abrigo largo. Isidro y su mujer, Elisa, tenían cuatro hijos: Ascensión, María Jesús, José María y Ricardo Javato Bustamante, todos Javato con v, porque en el registro tuvieron un desliz y cambiaron la b por la v.

Isidro era un hombre emprendedor, por eso, al marcharse su cuñado hizo de Jabato una mantequería, un negocio que causó sensación porque trajo a la ciudad productos prácticamente nunca vistos de la mano del ¡¡¡¡frigorífico!!!!. Así que como la tienda tenía nevera, en Cáceres pudieron desembarcar los yogures y el foie gras, exquisito hígado graso al que aquí todos llamábamos fográs .

Isidro quería montar la tienda por todo lo alto: entraron en ella sus hijos Ricardo y José María, y le encargó a Gilardi, un diseñador valenciano que se casó con Paquita, propietaria de la sala Yuca, la decoración del nuevo Jabato. El establecimiento tenía una parte diseñada con rollos que se trajeron expresamente del Tajo, mostradores con luces, y fluorescentes --que tampoco eran comunes-- en el techo. A un lado y otro de la tienda se extendían cajones y estanterías y el negocio era un ir y venir de clientes.

El autoservicio

La mantequería funcionó hasta 1962, cuando Isidro se percató de que en otros países de Europa venía triunfando el autoservicio. Cáceres no quería quedarse atrás y ese año el obispo Llopis Ivorra bendijo el nuevo autoservicio de Jabato en presencia de las principales autoridades de la ciudad. La inauguración fue un acontecimiento social que los cacereños vivieron con tanta expectación que se formaron largas colas que pasaban la recientemente cerrada sucursal de Caja Extremadura en la plaza Mayor y llegaban hasta Gran Vía.

En el autoservicio trabajaban Angela Cortés, que era cajera, Felipe García Monge, y montones de aprendices. El autoservicio tenía estanterías a ambos lados, enfrente había un mostrador donde se vendían los embutidos, y a la entrada estaba la caja registradora y aquellas cestas de plástico que al principio no te atrevías a coger, hasta que te acostumbrabas.

Frente a Jabato estaba La Muñeca, una tienda de ropa que regentaba don Rosendo Caso y que tenía una muñeca que se usaba como figurín en una época donde no se estilaban maniquís en las tiendas. También estaban otros negocios como Gozalo; Correa; Pérez; Foto Javier; la ferretería de los Sobrinos; Juanito García, que tenía una tienda de telas; Calzados Martín, de los hermanos Antonio y Alfredo... Había mucha vida en Pintores, lo mismo que en la plaza, donde estaban la sombrerería de Terio o la droguería de Castel.

Los Jabato vivieron primero en Camino Llano, en la esquina que sube al Paideuterion. Allí bautizaron al pequeño Ricardo, y aquel día la casa se convirtió en una batalla campal cuando los invitados comenzaron a lanzarse los merengues que se hicieron para la fiesta y que estaban almacenados en un baño grande.

Años después, la familia se trasladó a Virgen de la Montaña, más allá de Figueroa, y posteriormente al número 7 de Gil Cordero. Era entonces Gil Cordero una calle con mucho campo y pocos edificios porque Cáceres acababa en la Cruz de los Caídos. Por allí estaban los Sobrinos de Gabino Díez y más allá un montículo donde luego pusieron Las Josefinas.

Sobre ese montículo los muchachos del barrio echaban agua y lo usaban como resbaladero. Una tarde, el pequeño Ricardo cogió carrerilla con tanta fuerza que se empotró contra un árbol y se puso la cara como un san Lázaro. Poco después desmocharon el cerro e instalaron un circo, hasta que las Josefinas levantaron el colegio.

Los Jabato vivían en una casa de tres pisos. Arriba residía Ascensión, en el 2º Manuel Rubio y en la primera planta vivía Isidro. Ricardo iba a los franciscanos, vamos, al San Antonio, con los hermanos Muro, Andrés Velayos, Angel Cervantes... Entre los frailes estaban Foronda, que era el prefecto, o el padre Lucio, que jugaba de maravilla al frontón y tenía unas manos de hierro. Entonces los niños iban a pie al colegio, atravesando aquel Cánovas sin coches, desde la Chicuela hasta la Cruz, lanzándose el balón de un extremo a otro sin temor a semáforos ni atropellos. Ricardo era amigo de Juanito Milán, Antonio Rincón, Manolo Motellón, Pedro Camello, José Manuel Chapado o Eulogio Rincón.

Ricardo conoció a María del Pilar Lucas en los guateques que hacían él y sus amigos. A veces los guateques los celebraban en casa de Ricardo, porque en Gil Cordero sus padres tenían un jardín.

Pilar era hija de Fermín Lucas, propietarios de La Providencia, una fábrica de hielo que había en Aguas Vivas, y de Antonia Parra, que tiene 103 años. Iban al cine: al Capitol, al Norba, al Astoria o al Coliseum, y paseaban por Cánovas. Se casaron en el santuario de la Montaña, en una boda que ofició don José Tomás. No lo celebraron porque hacía poco que había muerto Isidro, el padre de Ricardo, aunque sí fueron de luna de miel a Palma de Mallorca.

Las hijas

Ricardo, que hizo la mili en Alcalá de Henares, se compró el traje de novio en Rafael, que era el sastre de Cáceres y tenía el taller en la plaza de la Concepción. La pareja tiene cuatro hijas: María del Pilar, María Jesús, Ana Elisa y María del Carmen.

Ricardo estuvo siempre vinculado a Jabato, de las primeras tiendas de Cáceres en ofertar cestas de Navidad. Cuando llegaban las fiestas se pasaban día y noche montando cestas, tenían una exposición permanente de ellas en su almacén de La Conce y los sábados y domingos las ponían en Pintores. En 1985 José María, hermano de Ricardo, abandonó el negocio. Entonces, Ricardo hizo de Jabato una tienda especializada en productos extremeños, que pervivió hasta su jubilación en el año 2000.

Jabato, que tras su desaparición fue una tienda de móviles, es hoy una heladería, aunque muchos cacereños no olvidan que aquel fue el lugar donde por primera vez probaron los yogures y el foie gras, ese exquisito hígado graso al que aquí todos llamábamos fográs .