TDtesde que le vimos asomado al balcón de la plaza de San Pedro, son numerosos los gestos que el Papa ha tenido de la sencillez y humildad que acompañaban a su tocayo de Asís: desprovisto de la muceta ribeteada de armiño, con los mismos zapatos y la cruz episcopal que traía de Argentina, pedía a la multitud que rezara por él antes de impartir su bendición, mientras se inclinaba ante el pueblo. Algún diario decía de él que es la imagen de una bondad sencilla.

Mientras se contaban los votos en su elección su compañero y amigo cardenal Hummes le había dicho: "No te olvides de los pobres". Estas palabras, el recuerdo de las guerras y la importancia de cuidar la creación es lo que le llevó a pensar en Francisco de Asís. Días después ha dicho a los periodistas: "¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!" Muchos estamos sorprendidos por su espontaneidad y sentido del humor y, sobre todo, por sus referencias al mundo de la pobreza. Se atisba un pontificado sorprendente con un papa que comunicará más con sus gestos y decisiones que con sus escritos.

Ahora se está divulgando la carta cuaresmal que había dirigido a sus diocesanos de la ciudad de Buenos Aires en la que les dice: "Rasguen los corazones para sentir ese eco de tantas vidas desgarradas y que la indiferencia no nos deje inertes... Rasguen los corazones para poder amar con el amor con que somos amados, consolar con el consuelo que somos consolados y compartir lo que hemos recibido".

Como una ráfaga de aire fresco en las noches de estío ha llegado un Papa cercano, de nombre muy familiar y, lo que es también importante, con un alto sentido del humor. Quizá por eso en estos días estoy recordando aquella letra de una canción conocida de los años setenta, que estaba referida a los curas. Decía así: "No queremos a los grandes palabreros, queremos un hombre que viva con nosotros, que ría con nosotros, que beba con nosotros el vino en la taberna".