Era lunes 20 de mayo. Había cumplido, muy de mañana, unos mandados, en nuestra Caja. Leo después nuestro periódico, El Periódico Extremadura, y viere una esquela de los nueve días que nunca deseare ver: había muerto María Luisa Durán. No debieron anunciar su muerte, para despedirla en familia. Y ahora, nueve días después, nos lo participan a través del que fuere también su periódico. María Luisa era la viuda de Martín Rojo Gil, nuestro joven compañero y amigo de andanzas profesionales desde La Generala pasando por La Madrila (bloque 14) hasta Camino Llano.

Vi a María Luisa por última vez hace un año en el centro de salud. Hablamos mientras esperábamos ser llamados a consulta. Me hablaba, orgullosa de su hija, Rosa María, directora de la Escuela de Enfermería de Cáceres, nuestra primera Maja de Extremadura, Maja Juvenil en Ceuta, que recibiere la banda de manos de nuestro olímpico Francisco Fernández Ochoa, oro -el primero- en el eslalon especial en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1972 en Sapporo (Japón). Rosa María sucede en la dirección de la Escuela a otro dilecto amigo, que falleciere a temprana edad, Antonio Galindo Casero. ¡Cómo nos une y nos separa la vida...! Le preguntaría también por Marisa, su pequeña y tan cariñosa hija, que siempre que nos viere al compañero José Pedro Díaz Alfonso y a mí, viniere rauda a darnos un beso, sabedora de que fuéremos compañeros y amigos de su padre.

Martín y yo fuimos siempre de la mano. Vísperas de su muerte, escribí en el periódico que nos unía una columna: "Retrospectiva de hoy" (27 de mayo del 96), "cuya viva y cercana ausencia nos une más a él tanto como él se unió a nosotros... Preguntamos por él y nos dicen que está enfermo; le recordamos y nos recuerda; le echamos de menos y nos devuelve su amor...".

Ya difunto, le memoré de nuevo en "De familia" (18 de julio del año 1996). Recordaba: Martín Rojo fue padre de familia numerosa, compañero y amigo, amante del deporte; funcionario del Estado, maestro de la vida y de la papiroflexia, del soneto y del ajedrez, del baloncesto y del fútbol, del boxeo y del balonmano. "Os he sentido parte de mi familia", nos escribió por fax antes de morir, "porque fuiste nuestro y fuimos tuyos, porque eras de todos como todos éramos tuyos; de familia; como tú mismo de la nuestra".

Y ahora, en la despedida religiosa a María Luisa, la iglesia de San Juan está llena a rebosar de amigos que desean despedirla y dar un abrazo a su numerosa prole. No veo a Rosa María ni a Marisa. Hace un año que viere por última vez a la primera. No la reconocía. Se presentó a mí. Nos dimos un beso recordando a su padre; pero a la pequeña Marisa jamás la hubiere reconocido.

En los últimos días de su padre en el periódico, se había acercado a verle una mañana. Martín me lo dijo por la tarde: "Ha venido a verme esta mañana Marisa...". Le reproché su olvido; que no me la trajera para verla y besarla.

Y ahora, tras la emoción en el recuerdo a su madre de otra de sus hijas, a las virtudes que encarnare y su llamada a la unidad a sus hijos para que permanecieren siempre unidos, nos acercamos a darles nuestro ánimo. Oigo su nombre: Marisa...; voy detrás. ¿Me reconoces, Marisa? Han pasado ya más de treinta años. Luce ahora unos cabellos de sol. Yo sí la he reconocido: me presento; cae en la cuenta. "Da un abrazo a tus hermanos de mi parte". Veo, cercana, a Rosa María. Evoco mis visitas navideñas a su casa; sus reencuentros con su madre, el encuentro de hace un año con su hermana. Martín y María Luisa viven en ellas, por lo que su memoria perdurará hasta el fin de sus días. Aunque su casa, con porche rojo, junto a la calle doctor Marañón, la actual sede del periódico, fuere víctima de la piqueta; aunque ellos acabaren sus días en la tierra...